En la (desestructurada) familia proveniente de Pink Floyd las novedades llevan unas cuantas décadas registrándose con cuentagotas, así que cualquier incorporación al catálogo ha de ser recibida como merece: elevándola a la condición de acontecimiento. Roger Waters dejó transcurrir un cuarto de siglo entre Amused to death (1992) y su enfurruñado e incisivo Is this the life we really want? (2017), así que hemos de celebrar que su antiguo amigo David Gilmour solo haya dejado transcurrir nueve temporadas entre Rattle that lock (2015) y este flamante regreso que hoy nos ocupa, Luck and strange, al que él mismo no ha dudado en señalar como su “mejor trabajo” desde “los tiempos de The dark side of the moon“. Es decir: en el último medio siglo.
¿Un manido lema publicitario? ¿Hiperbólica palabrería promocional? En parte sí, porque ello implicaría colocar este trabajo por encima de Animals (1977) y The wall (1979), dos de los trabajos más influyentes e irrebatibles de los Floyd; aunque es una manera de chinchar a Waters, principal artífice en ambos casos. Pero algo sí parece evidente: de las cinco entregas en solitario del venerado guitarrista de Cambridge, que no son muchas, esta es muy probablemente la mejor. Y que esa cúspide se alcance a la nada irrelevante edad de 78 años supone ya de por sí un motivo de asombro y profunda veneración.
Frente al carácter reivindicativo, provocador, cáustico y polémico de su otrora socio y hoy antítesis, David Jon Gilmour ha optado por un álbum cálido, hermoso y sereno, una obra sosegada y lindísima en la que los sobresaltos dejan paso a la armonía y la soflama pierde el pulso frente al lirismo. A diferencia de lo que sucedía casi una década atrás con Rattle that lock, Gilmour no se siente en la necesidad de demostrar cada pocos compases su excelsa condición de guitarrista y el carácter inconfundible de su sonido, y esa sobrevenida contención instrumental le lleva a volcarse en la escritura de algunas de las piezas más intachables que ha rubricado desde los tiempos de la inalcanzable Comfortably numb. Y ello se traduce en un triunvirato inaugural sencillamente prodigioso, esa sucesión de Luck and strange, The piper’s call y A single spark que nos regala 18 minutos de un éxtasis pinkfloydiano tan absoluto como ya, a estas alturas, inesperado.
Los tres títulos se ven hermanados por el ritmo medio, la ausencia de prisas en el desarrollo, el gusto por esas melodías que se agrandan hasta acabar en abrazo. Y por una sensación de placidez y satisfacción interior que David parece haber encontrado en el círculo familiar, la solución más cercana y evidente, pero probablemente también la menos épica o rockera. Su esposa, Polly Samson, vuelve a ejercer como letrista de manera casi monográfica, lo que ya se ha convertido en tradición; pero es su hija, la excelente cantante (y también arpista) Romany Gilmour, la que a los 22 años se convierte en protagonista al asumir toda la responsabilidad vocal en Between two points y un mano a mano paternofilial para Yes, I have ghosts (esta última, cuidado, no disponible en la edición de vinilo).
Para mayor sorpresa, Between two points, colocada en la columna vertebral del álbum y mimada como uno de sus puntos culminantes, ni siquiera es un original de Gilmour, sino la versión de una pieza del nada ilustre dúo británico Montgolfier Brothers, casi ignorado durante su pasajera existencia e incluso cuando, justo hace cuatro veranos, falleció el batería Roger Quigley. La pieza sirve para descubrirnos una voz frágil, vulnerable y al tiempo cálida, un presagio de alegrías futuras que ojalá no tarden en materializarse. Y da paso a una segunda mitad del elepé que, sin ser tan inspirada, deja el momento más épico, rockero y propio de los años de El muro con Dark and velvet nights, así como un extático epílogo de orquesta, guitarra acústica y eléctrica en el extenso colofón de Scattered. Por cierto, el atípico aire pastoral de Yes, I have ghosts, casi más en el territorio del folk que del rock, es otra sorpresa adorable, por si alguien quiere tenerlo en cuenta a la hora de apostar por el ahora denostado formato CD. Qué cosas tan raras tiene la industria.
Muy buen disco, excelente. Para mi, sin lugar a dudas, el mejor de su carrera en solitario.
Parece haber cierto consenso en eso, en que es el mejor de los cinco, sí.
Muy bonitos comentarios, un acierto
Todo lo que sigue haciendo David Gilmour es un regalos para nuestros oídos sin lugar a dudas es un músico grandioso y seguirá haciendo grandes albunes no lo pongan en duda
Paco Navarro
17 09 2024
Gracias por escribir, Paco. Siempre se agradecen (muy) mucho las aportaciones e impresiones de los lectores :=)
Hoy he descubierto la magnitud de la belleza de este álbum caminando por la montaña, según terminaba lo volvía a reproducir …se ha recreado con muchísimo acierto en los solos de guitarra 🎸, creo que al no tener ya nada que demostrar ha dado rienda suelta a lo mejor de si mismo …sin complicaciones ni estridencias ( espero que la colaboración con Romaní Gilmour no se quede solo en un solo tema , ella puede aportar la voz que a el le empieza a escasear )
Evidentemente, este disco tiene cosas que recuerdan bastante a Pink Floyd, pero curiosamente, Between Two Points, en la que canta su hija y no se asemeja tanto, es una delicia de canción.
No obstante, todo el disco es un regalo para los oídos. Muy apropiado para escuchar en las tardes de principios de otoño que están al llegar.
Los 14 minutos del último corte, Luck and Strange, es perfecta para desconectar del mundo exterior.
Seguiremos descubriendo esta obra de arte.
¡No te prives de seguir descubriéndola, Tony!
Me ha parecido un disco soberbio. Música para escuchar sin prisa. Con los grandes solos que nos acostumbra Gilmour. Pink Floyd 100%. Y una gran sorpresa la voz de su hija. La espera una gran carrera. Un gran disco, que junto con el de Jon Anderson es de lo mejor de este año.
El de Anderson es muy buen disco, sí…, pese a su portada, que debe de ser la más fea del último milenio 😉
Tal y como dices, ni de lejos es lo mejor desde Dark Side of the Moon, pero sí de lo mejor de su carrera en solitario.
Todo un acierto la inclusión de Romany en el álbum.
La versión en Atmos del disco es una verdadera delicia sónica.
No lo he escuchado en Atmos aún, pero… ¡apetece mucho!
Hace como veinte años me gustaba mucho más Roger Waters. Ahora no lo soporto, fundamentalmente por sus constantes salidas de tiesto y que además después de Amused to Death no ha hecho nada que merezca la pena. Gilmour, que entonces me parecía un autor menor, ahora lo coloco muy por encima de Waters y disfruto mucho más sus discos y sus directos. Este Luck and Strange no tiene nada de extraño: es como volver a un hogar confortable donde sabes donde está cada cosa y en el que te quedarías todo el invierno.
Muy bonita descripción, Julián. Gracias por escribir y compartirla.
Hermoso regalo del más grande