Win Butler y Régine Chassagne parecen haber extraído un par de conclusiones elementales junto antes de ponerse manos a la obra con la sexta entrega de Arcade Fire. La pareja al frente de la superbanda canadiense ha llegado al convencimiento de que los discos solo se sostienen con un poderoso manojo de canciones, por lo que We constituye un evidente alejamiento de Everything now (2017), una obra de ramplonería alarmante, pero también de los fuegos de artificio que convertían Reflektor (2013) en un mero alarde de pirotecnia, y de la aparatosa. El siguiente hallazgo básico es que toda esta historia terrible de la pandemia sirve como hilo conductor para docenas de obras conceptuales, y esta lo es. Desde un discurso algo párvulo, pero eficaz a la hora de ordenar sonidos, sentimientos y sensaciones. La primera mitad o cara A plasma la congoja, la inquietud y el desasosiego, y ese ensimismamiento lleva el subtítulo de I, “Yo”. Para la segunda parte, el trasvase del yo al nosotros del título global, la percepción de la realidad se vuelve más cálida, reconfortante y envolvente. ¿Simple? Mucho. ¿Eficaz? Razonablemente sí.
La legitimidad en este regreso de los Fire al trazo fino y medianamente trascendental (aunque sin llegar a los extremos, claro, de aquel Funeral con el que comenzamos a tomarles la matrícula) lo encontramos con la presencia del ilustrísimo Nigel Godrich al mando de las operaciones, por aquello de recordarle al mundo que el sonido de Radiohead no surgió de la nada o que hasta Paul McCartney era capaz de rubricar a los sesenta y tantos una de sus mayores obras maestras (Chaos and creation in the backyard, 2005) en toda su discografía. Y Godrich, en efecto, perfila y abrillanta las dos caras de la moneda, con más electrónica (Age of anxiety II – Rabit hole) y estrés en I frente a una dulzura que en la cara B a ratos parece una suite para músicos de cámara. De hecho, Unconditional I – Lookout kid es prácticamente una nana para el chiquillo de Butler y Cassagne, mientras que el inesperado protagonismo de Régine en Unconditional II – Race and religion sirve para magnificar el impacto de la inesperada irrupción de Peter Gabriel en el centro del escenario.
Es en esta segunda mitad donde Arcade Fire vuelve a sus esencias más reconocibles, con The lightning II como un seguro candidato a provocar entusiasmos y catarsis durante la ya inminente ronda mundial de nuevos asaltos a los pabellones. Pero son los 10 minutos de End of the empire, la pieza en cuatro partes que cierra la cara 1, el mejor argumento para recuperar en buena medida la fe en este colectivo últimamente errático y disperso. Ahí se cuelan ecos clarísimos de Bowie en End of the empire IV – Sagittarius A*, pero también hay flecos de Queen, The dark side of the moon y hasta los propios Radiohead a lo largo de este pequeño prodigio.
Sí que es curioso la disparidad de criterios..
Me parece un buen disco. Entiendo que cuando uno tiene una rutina como es hablar de música ha de alejarse del disco al que se ha acercado íntimamente para poder ver todo con más perspectiva… pero insisto, hay tal disparidad de puntuaciones por ahí, tantas como puntos de vista supongo, que no sabe uno qué pensar.
Pienso que para poder hablar más profundamente de un trabajo musical no está demás ver su puesta en escena. Distanciarse del, a veces frívolo, formato físico e intentar empatizar con quien ha parido a la criatura.
Gracias en todo caso por intentar destripar un poco la música. La gente necesita ver varios puntos de vista y, aunque es desconcertante por momentos, lo estáis consiguiendo. Siempre se aprende algo.
Gracias por apreciar la reseña, Juan Antonio, con independencia de que estés más o menos de acuerdo con ella. Un placer.
Estimado Fernando, me llama la atención que esté despertando diversidad de opiniones…lo digo porque en Rock de Luxe lo han puesto a parir.
Un afectuoso saludo.
Nacho.
Lo de la diversidad está bien, siempre. A mí no me llega a entusiasmar, pero creo que es, por lo pronto, infinitamente mejor que sus dos inmediatos predecesores.