Su nombre artístico puede resultar eufónico, pero quizá no parezca el más afortunado. Porque Laia Rodríguez no destruye nada, o al menos nada que mereciera preservarse. Lo suyo en todo caso es deconstrucción y reinvención; la reformulación de un formato, el de la canción de tres minutos (o menos), que en sus manos se vuelve más dúctil, imaginativa e inesperada. Y todo ello lo consigue con la pasmosa lucidez de sus 23 años, convertida así en una precoz chica lista; en uno de esos cerebritos que no abundan y, aún peor, en los que solo en raras ocasiones reparamos.
Ahí donde la ven, y aun siendo casi hija del cambio de milenio, Leia es ya una veterana indiscutible. Una artista consumada. Cumple ahora una década encargándose del bajo en las turbias, densas y experimentales Mourn, la banda donde también milita su hermana mayor, Jazz Rodríguez, que la aventaja en tres primaveras. Allí asombran desde un discurso underground y en inglés, de una ambición y estructura mucho más adultas de lo que cabría deducir de sus carnés de identidad. Pero este homónimo estreno en solitario a ratos deslumbra y siempre ilusiona, además de acrecentar nuestro estupor ante una madurez solo atribuible a un cerebro ágil, la exposición temprana a la buena música y un material genético privilegiado: el padre de la criatura no es sino Ramón Rodríguez, o, para los que aún no hayan caído en la cuenta, The New Raemon.
Ejerce el propio Ramón como el único escudero instrumental de Laia, el hombre que aporta guitarras escuetas, teclados funcionales y, sobre todo, una batería tosca y más bien aparatosa, interesantísima para potenciar la singularidad de unos originales tan suculentos y heterodoxos. Hablamos de piezas que avanzan a contrapié, versos repetidos con cierto afán obsesivo y frases inesperadas, evocadoras y desconcertantes que se clavan como cuchillos.
Destruye no debe de sentirse aún segura con su escritura en español, así que ha preferido confiar la parte lírica a Marc Menéndez, poeta y dramaturgo con el que ya había compartido algún montaje teatral (esta gente no es solo precoz, ya ven, sino también polifacética). Pero la música y el concepto son enteramente suyos, con ese bajo ostentoso y valiente, tan tenebroso como el vestuario de The Cure y, por ósmosis, tan afín a los postulados de Simon Gallup. Pero no nos quedemos circunscritos al post-punk, porque Leia posee una voz lo bastante hermosa y matizada como para sugerir otros escenarios más etéreos y poéticos, incluso con plasmaciones de un amor inesperadamente pletórico (Por los dos).
Tal vez en ese microcosmos doméstico del buen gusto no hayan faltado, benditos sean, unos cuantos vinilos de Cocteau Twins. En cualquiera de los casos, hay donde escoger: Tan flojo, Camino de vuelta, Tentar a la suerte, Madera mojada. He aquí argumentos de primera magnitud para pensar en Leia Destruye como una de las grandes noticias peninsulares de este 22.