Algún semiólogo cualificado tendrá que determinar si en un título como este, “¿Por qué no ha desaparecido ya todo?”, predomina la parte esperanzada, el no-todo-está-perdido, frente al fatalismo que implica asumir nuestros sinos ineludibles e infiernos transitorios. No se trata de un asunto menor: en esa dualidad parece moverse el siempre libérrimo y difícilmente catalogable Bradford Cox, cerebro lúcido, brillante y atormentado que, a los 36 años, transita ya por su octavo álbum y es capaz de abrazar a un tiempo tinieblas y resquicios de luz.

 

Para lo que no parece cualificado es para la convención: estas vuelven a ser canciones oscuras, sinuosas, en las que tan pronto el recuerdo del glam llama a la puerta (Element) como se desliza un inopinado instrumental, Greenpoint gothic, que parece rescatado de algún añejo ensayo de los primeros Simple Minds. “Este es un disco incómodo, el entretenimiento para gente que procura algo menos obvio que un álbum indie con aroma a marihuana”, resumía el propio Cox, sardónico como siempre ha sido, en una entrevista de Uncut.

 

Cuidado: “Why…” es extraño, pero no inescrutable. Puede desasosegar la psicodelia etérea de What happens to people? (otra pregunta incómoda), pero esa sensación de que nuestros pies no andan bien asentados en el suelo también nos vuelve más intrépidos, menos conformistas. Mejores. Bradford se ha llegado a definir como “un terrorista cuyo trabajo es sodomizar la mediocridad”, pero en último extremo también puede regalarnos una golosina como Plains, dos fulgurantes minutos de synth pop en torno a James Dean que bien podrían sonar en cualquier radio. Ah, coproduce Cate Le Bon, que toca el clave en la alucinante Death in midsummer. Al final, no todo tiene por qué irse al carajo.

 

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *