Resulta extraño y acaso hasta temerario plantearlo en estos términos, pero pudiera darse el caso de que, a sus 62 años recién cumplidos y una kilométrica trayectoria que comprende 27 álbumes ininterrumpidos durante estas cuatro últimas décadas, el ilustre Rodolfo “Fito” Páez acabe de publicar a estas alturas el disco de su vida. Porque este Novela, elepé doble y conceptual como ya no se estilan en estos tiempos atropellados y banales, reúne todos los ingredientes para adquirir tintes históricos; empezando por la peripecia –casi más novelesca que su propio argumento– que encierra su concepción prolongadísima y a trompicones, accidentada como solo los grandes empeños épicos podrían llegar a ser.
Resulta que el insigne autor de El amor después del amor lleva desde 1988 con la idea de Novela rondándole por la cabeza como un monstruo ingobernable, dejándole un reguero de melodías, ideas, argumentos y retales que durante estos siete lustros nunca parecían cobrar forma, orden ni concierto, hasta que las piezas comenzaron a encajar a lo largo de un 2024 de trabajo intensivo y compulsivo en torno a todo el maremágnum acumulado mientras unos y otros proyectos tomaban una y otra vez la delantera en la lista de prioridades del rosarino.
Puede que Novela sea un hijo tan deseado como difícil, a juzgar por la mayúscula complejidad de su una concepción que más parece el parto de los montes. Pero olvidemos por un momento las angustias y desvelos que haya podido padecer el firmante, y centrémonos en el fruto final de ese trabajo interminable. Estos 70 minutos que ahora se nos entregan son un hito casi impropio del año que marcan los almanaques. Porque solo un chaveta prodigioso como Páez puede arrancarse a estas alturas con una suerte de ópera rock que juega en contra de todo lo que se estila, que no sonará en radios ni se verá catapultada por la perversa lógica digital. Da lo mismo. Él puede permitírselo, bendito sea. Y nosotros nos merecemos un pequeño autohomenaje: resérvense un hueco privilegiado en la agenda, desconecten todo, olvídense del mundo y demás miserias, sumérjanse en este viaje alucinógeno pero sobre todo alucinante, en este cuento fantástico (en todas las acepciones) de brujas, hechizos, amoríos, circos y farsas muy verdaderas.
Puede que el argumento de Novela sea algo más obtuso de lo necesario, entre la galaxia lejana, su universidad Prix, la rectora severísima y esas dos brujas recurrentes, Maldivina y Turbialuz, a las que se les encomienda la titánica labor de propiciar un romance perfecto, o casi, entre dos jovencitos de la provincia de Santa Fe, Loca y Jimmy, a los que les deslumbra tanto la pasión recíproca como el amor por el rocanrol. Puede que a veces pierdan el hilo, pero tampoco desesperen: Novela huele a que acabará convirtiéndose en largometraje o musical más pronto que tarde, desde luego mucho antes que dentro de otros 37 años, y quién sabe si no ambas cosas a la vez.
Mientras tanto, esto es un doble elepé conceptual, o temático, que remite directamente a los grandes títulos sagrados de esta modalidad inalcanzable para el común de los mortales. Porque Fito no se anda con rodeos y, después de treinta y pico vueltas al sol calentando en la banda, salta a la cancha con ansias de golear. Hay quien ha creído ver ecos de Quadrophenia (The Who), pero las referencias musicales apuntan con mucha mayor intensidad hacia el Sgt. Pepper’s de los Beatles. Y asumir referentes así sin que el resultado sea un sonoro gatillazo está solo al alcance de unos pocos. De Fito y de tres o cuatro más.
Universidad Prix inaugura la feria a la manera de unos fuegos artificiales de tecnopop que parecen bendecidos por Jeff Lynne, puestos a que el listón de exigencias se coloque por estratosféricas alturas desde el primer momento. La actriz Lorena Vega (en los escenarios madrileños nos enamoramos de ella con Las cautivas, pero el mundo entero la reconoce como la psicoanalista de Envidiosa) asume los pasajes relatados (El amor, Nobody knows…) bajo un fondo orquestal a la manera de los musicales clásicos. Y ese espectro narrativo/discursivo se acentúa con los bruscos cambios de espectro –ahora balada, ahora músculo rock– en Brujas salen de Prix, donde una mención colaterial, “Cadaqués y su spiritual Deus”, refrenda la sospecha de que el universo de Dalí ha podido inspirar en parte la cosmología y la estética del álbum. Igual que los de Tim Burton o M.C. Escher, puestos a lanzar hipótesis plausibles, y partiendo de que la irrefrenable eclosión creativa de Páez le ha llevado a concebir portadas radicalmente diferentes para la versión en vinilo y en compacto.
Con Maldivina y Turbialuz eclosionan por vez primera los metales, en una demostración de que Fito no ha reparado en gastos y está dispuesto a que no nos falte de nada a lo largo de la singladura. Y Cuando el circo llega el pueblo es el primer estallido de power pop fabuloso, el recordatorio fehaciente de que nuestra protagonista, más allá de las ínfulas del relato, puede suministrarnos en todo momento sus acreditadísimas píldoras reconcentradas de melodía perfecta. No opongan resistencia: Cuando el circo… es además el primer amago beatlemaniaco, un ademán que con Cruces de gin en sal se vuelve flagrante: nada había sonado tan cercano a Lucy in the sky with diamonds desde que Tears for Fears se desmadraron con Sowing the seeds of love (ah, las guitarras dobladas del final también parecen prestadas de algún disco de la ELO).
Jimmy Jimmy también aporta algunos pellizcos del Lennon rockero, con nuevas fanfarrias a lo Sargento Pimienta. El ukelele de Miss Understood conforma un vals que McCartney podría haberle susurrado a Páez al oído. Y así, un título tras otro corroboran la sospecha de que, en otro momento de la evolución humana, con menos urgencias y compulsividades, con un mínimo tiempo imprescindible para reposar y degustar lo que se nos ha ofrecido entre las manos, estaríamos hablando de una obra capital y decisiva, de esas que dentro de medio siglo conocerán una lujosa edición conmemorativa, aunque nosotros ya no andemos pegando tumbos por aquí para corroborarlo. Tampoco el propio Fito, aunque se permita un arrebato de rabia y orgullo cuando en Superextraño, tras enumerar a sus deidades particulares (“Charly, Spinetta y sir John Lennon”: nada que objetar ni de lo que sorprenderse), nos espeta una verdad tan dolorosa como comprimida y digna de comercialización en pósters o camisetas: “Hay una música horrible hoy, es una música cero”.
Desatado en su particular galaxia creativa, Modo Carrie es un aldabonazo de rock-soul, Love is falling over my heart captura al McCartney de la cara B de Abbey road y la trepidante y envenenada Argentina es una trampa (aderezada con unas palmas con la que ya creemos visualizar un rutilante despliegue coreográfico) refrenda otra característica de muchos de los veintitantos movimiento de la Novela: la melodía vocal irrumpe desde el primer segundo, sin preámbulos instrumentales, para acentuar la sensación de discurso torrencial y relato apasionado.
¿De verdad que no fue sir George Martin quien tuvo la deferencia de regresar durante unos días desde el otro lado para asumir el fabuloso arreglo orquestal de El vuelo, con coros femeninos en el tramo final a la manera de Bernstein? ¿No será Chris Rea quien firma la elegantísima guitarra punteada de El último apagón y sus etéreos envoltorios de bajo cálido y sintetizadores? Ah, que no se nos olvide: El triunfo del amor (“¡la maldad se fue a dormir!”) suena más a los Who de lo que hemos escuchado en toda la hora anterior. Pero a esas alturas casi todo el trabajo ya está hecho. Solo falta la traca final de Sale el sol, desfile de hombres, bestias y demás animalario, versión sureña y neosecular del Let the sunshine in. Despedida gloriosa con propios y extraños gritando el título a voz en cuello. Un “hasta siempre” eufórico y unánime, otra vez Beatles hasta los tuétanos. Fito Páez en modo barrilete cósmico. Un respeto a los genios sexagenarios.
Bueno, bueno, Fernando, menuda reseña, la leía ayer y se me hacía la boca agua, por no decir otra cosa. No veo el momento en que empiece a sonar la música en el reproductor de cedeses y, sobre todo, cuando empiece a sonar la música el próximo Julio en el Palacio de los deportes de Madrid, se me va a hacer larga la espera, me temo. Porque decir que este puede ser el disco de su vida es mucho decir, habiendo firmado auténticos discazos desde aquel Giros que este año cumple los cuarenta, que sin ser su primero sí, creo, es su primera obra cuasi maestra, entre otras cuantas… ya te contaré. Ahora un ruego, ni más ni menos que alguna reseña en el UDAD classic de algún clásico valga la… del rock argento, que no son muchas, son muchísimas! Y ya para terminar y sin querer abusar de usted, una pregunta/reflexión, por qué los más grandes de ese rock hermano son unos perfectos desconocidos en nuestro país? Con la excepción de Calamaro y Rot y en menor medida este Fito, a los demás no los conoce ni el Tato por aquí. Hablo de Charly, el flaco Spinetta ( para mí el más groso de todos ), Cerati y sus Soda, Lebón, Nebbia, Pappo Napolitano… por no hablar del grandísimo Pedro Aznar al que estuve viendo el pasado noviembre en el Reina Victoria y ni cartel tenía en la marquesina del mismo teatro! En fin, un misterio para mí, cuando aquí siempre hubo grandes musicos de allá, te acuerdas de Moris? de Waldo? Y bueno, ya cuelgo. Perdón a todos por la chapa, especialmente a ti, Fernando. Y muchas gracias por tu trabajo. Buenas tardes.
Qué generoso y torrencial en tus comentarios, Antonio. Gracias por la intensidad, el conocimiento y la pasión. Y larga vida a los grandes y a su herencia. Simpatía enorme por Pedro Aznar y asombro máximo ante la figuea de Spinetta 🙂