Lo de Gabriel Ríos tiene algo de novelesco en cuanto a su periplo vital, pero además es que se nos está volviendo esencial en lo artístico. Playa negra es un álbum extraño y onírico, intuitivo y algo apocalíptico en torno a la pérdida y el desamor, y esa manera de convertir géneros de la música tradicional latinoamericana en letanías medio pesadillescas arroja un resultado bellísimo. Sin llegar a la escritura automática, Ríos se ha practicado una especie de (auto)exorcismo con el que afrontar un duelo que intuimos doloroso, aunque los indicios sobre su corazón resquebrajado se nos ofrezcan en modo de pinceladas dispersas.

 

Para quienes aún no supieran de él, hagamos inventario de rarezas. Gabriel es puertorriqueño, pero aborrece el reguetón. La primera canción con la que recuerda haberse emocionado fue (Just like) Startin’ over, de John Lennon, que escuchaba compulsivamente de chamaquito, allá con cuatro o cinco años, cuando vivía en Los Ángeles. Percibía tanto eco en la voz del exBeatle que le producía miedo, pero esa misma sensación de misterio e irrealidad le marcó para siempre. Tal vez por eso ahora nos canta así, como atrapado en alguna cámara de aislamiento. Y de ahí también que su timbre de voz, que de entrada podría recordarnos a Jorge Drexler (el uruguayo le descubrió en Madrid hace tres años y cayó fulminantemente hechizado), acabe escorándose más hacia los territorios intrigantes y lisérgicos de Devendra Banhart.

 

Tenemos la suerte de que desde hace un par de temporadas ha fijado la residencia en Valencia, pero estas playas negras (negrísimas) que ahora retrata no tienen todavía un ápice de la luz del Mediterráneo, sino solo las turbulencias de las marejadas del alma. Tengamos en cuenta que Gabriel ha residido más de media vida en un lugar a priori tan poco afectuoso como Bélgica, donde recaló por amor –¡ay, el amor!– cuando aún ni había alcanzado ni la mayoría de edad. Y aún en suelo flamenco fue capaz de imprimir un giro decisivo a su vida con Flore (2021), que hacía ya su quinto elepé pero fue el primero en el que aprendió a expresarse en castellano, a partir de las canciones que emocionaban de chico a su viejo y que rememoraba con él durante sus últimos meses, a pie de cama, mientras el alzhéimer lo consumía.

 

Playa negra es ahora la prolongación inversa de aquel trabajo, un estallido de autoría propia en lengua española después de la liberación que debió suponer Flore para un hombre hasta entonces aferrado a la tímbrica anglosajona. Ahora, salvo ese Payaso que le sirve para reivindicar su pasión por Raphy Leavitt, el salsero puertorriqueño y medio yanqui, Gabriel lo rubrica todo en primera persona, de puño y letra, dejándose llevar con una escritura extraña y alambicada, absorbente en su rareza visceral. Nada mejor para comprenderlo que adentrarse en Pedacito de papel y su modulación perpetua, un camino tan sinuoso e impredecible que se vuelve fascinante. Y encantador a medida que vamos habituándonos al vértigo.

 

En Marcela la cumbia se tiñe de psicodelia y Ríos aprovecha para intensificar su indagación en las texturas sonoras, siempre a partir de un credo mucho más acústico que electrónico y con audacias formales como un inesperado epílogo instrumental. Y el tema que da título al disco ya se adentra definitivamente en el son montuno, la gran pasión de su firmante, aunque aderezado aquí con unas guitarras fronterizas y unas cuerdas que también se escapan de la formulación clásica.

 

Así transcurre un álbum que no le deja margen al oyente a bajar la guardia, porque solo puede comprenderse desde el impulso y la sorpresa. Maravillémonos con el vals sobre pizzicatos de Se encelan o con la tristeza sosegada y reconcentrada de Casi, una pieza que parece definida por un contrabajo denso hasta que enfila una súbita segunda mitad bailable con la que nadie contaba. Y derritámonos definitivamente al arribar a La bolsa, donde ese universo poético personalísimo agrega incluso una derivada surrealista y abstracta en torno a… ¡Charlie Watts! A sus cuarenta y bastantes, baqueteado como todo hijo de vecino por los avatares de la existencia, Gabriel Ríos afronta un periodo artístico de fabuloso esplendor maduro. Lo explicaba hace algunos otoños en Madrid con estas palabras: “Si no eres un fucking genio, y yo no lo soy, la escritura es un proceso largo, duro y doloroso. A mí me lleva varios meses encapsular esos fantasmas que llevo dentro”.

 

 

Gabriel Ríos presenta ‘Playa negra’ en la sala Villanos de Madrid (10 de noviembre), la sala Russafa de València (12 de noviembre) y el Jamboree Club de Barcelona (15 de noviembre)

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