Es casi imposible no haberse encontrado en alguna ocasión con la riquísima obra del violinista y compositor navarro Pablo Sarasate, paradigma de la música romántica en el panorama decimonónico español y sinónimo habitual de virtuosismo y sudores fríos entre los concertistas clásicos. Quizá por eso, por esa aureola de autor endiablado, solo los ejecutantes más dados al espectáculo y la aparatosidad habían vuelto la mirada hacia este repertorio tan rematadamente sabroso desde la perspectiva melódica, pero tan temido a la hora de acompasar el metrónomo.
Su paisano Josetxo Goia-Aribe, que muchas veces ha dado muestra de su gusto exquisito para reformular músicas de procedencia tradicional y terruñera, reinventa aquí 10 originales de Sarasate sin preocuparse de límites ni líneas rojas. Y el resultado es un disco excitante no pocas veces y amenísimo, casi siempre, de puro jazz europeo y contemporáneo, por más que los mimbres originales lleven entre nosotros su buen siglo y medio.
No hay una sola nota de violín en estos 41 minutos de música, por lo pronto. Goia-Aribe, avalado también por sus dos décadas de magisterio en el Musikene donostiarra, asume con su saxo tenor todo el peso melódico original y se toma las suficientes libertades (en métrica, concepto, armonía o arreglos; en todo) como para que presente sus interpretaciones como “apuntes sobre la obra” de Sarasate, no “recreaciones” o versiones. Resulta fascinante comprobar cómo don Pablo, que era un puro torbellino, propicia ahora momentos de intensa belleza serena con Miramar o Aires gitanos, aunque lo más extraordinario es el aire a fanfarria de los gitanos del este que adquiere Balcánico, con unos compases de amalgama en el tramo final de puro infarto.
Así son las reglas –o, más bien, la ausencia de ellas– en el juego de Josetxo, que se lleva el célebre Zapateado al territorio del puro swing o incorpora un recitado en euskera para Capricho vasco, un colofón etéreo y apenas articulado, realmente hermoso. El alma folclorista de Goia-Aribe, que le emparienta de algún modo con el genio pamplonés del XIX, se maneja a sus anchas con páginas como la lindísima Romanza andaluza, las alegres Peteneras o esa vivísima Jota navarra que resulta difícil no tararear en sus tramos más distinguibles. No sabemos si el subtítulo “La irreverencia hecha música” será un poco superlativo, porque Pablo se nos antoja más brillante y seductor que irreverente, pero los dos paisanos trazan aquí, con más de un siglo de diferencia, una hermandad memorable.
Estupendo disco Fernando. Gracias por acercarnos la buena música.
Gracias a ti y a gente como tú, Carlos, por el interés, la atención y la amabilidad.