Hay algo de estigma y desconcierto en torno a la figura de Ray Wilson, un hombre siempre muy por encima en méritos respecto a los reconocimientos. Paradigma del jovencito que parecía dispuesto a comerse el mundo, son ya más de dos décadas las que acumula grabando discos en solitario muy notables que solo gozan del seguimiento de una hinchada fervorosa pero restringida. The weight of man no cambiará las tornas, muy probablemente: es un disco muy notable, pero lo bastante grave, pausado y pesaroso como para que no imaginemos a grandes masas invirtiendo en él estos interesantísimos 50 minutos.
De chaval, y a modo de rápida recopilación, Wilson se colocó en sus años mozos al frente de una banda influida por Nirvana, como sucedía en un elevado número de casos en torno a 1995. Aquella formación rabiosamente noventera, Stiltskin, obtuvo un impacto formidable después de que esos-vaqueros-en-que-usted-está-pensado escogiera su tema Inside para un célebre anuncio televisivo. El espaldarazo definitivo llegó en 1997, cuando Tony Banks y Mike Rutherford decidieron confiar en este escocés de timbre precioso y buena planta para sustituir a Phil Collins, que había anunciado su adiós definitivo a Genesis. Pero el álbum resultante, Calling all stations, no satisfizo casi ni a los muy devotos y la banda, que una década atrás llenaba estadios por medio mundo, tuvo incluso que cancelar las fechas estadounidenses de la gira y tirar la toalla.
Lo pintoresco del caso, y puede también que lo doloroso, es que las culpas de aquel patinazo recayeron en Wilson, que era solo el recién llegado. Y desde entonces no ha perdido esa cierta aureola de artista reñido con la buena suerte, pese a que el escocés es exigente con sus planteamientos y minucioso a la hora de desarrollarlos. The weight of man ahonda en esa línea de seriedad y hondura, acentuada por los descalabros sociales y anímicos de ese 2020 aterrador. Su influjo de incertidumbre, de hecho, planea sobre buena parte de las 10 composiciones originales aquí propuestas.
Al escuchante perezoso le parecerá demasiado monolítico este trabajo, lineal en su apuesta por los tiempos medios o más bien ralentizados; solemne hasta volverse casi taciturno. Pero el detallismo en los arreglos, los recovecos en las estructuras de las canciones y la gravedad a veces pomposa del discurso son ingredientes irresistibles para los amantes de la causa progresiva, más cercana esta vez al pop sinfónico que al rock sinfónico. O, por decirlo de manera representativa, más próxima a un disco en solitario de Tony Banks (o a cualquiera de Rutherford con sus Mike & The Mechanics) que a otro de Steve Hackett. The weight… asume ese porte parsimonioso de los Pink Floyd ya sin Roger Waters y sustituye los grandes delirios guitarreros (alguno hay; en el tema The weight of man, sin ir más lejos) por un discurso casi vecino con el ambient. O con el pop acústico de autor, como en el caso de esa exquisitez titulada Cold like stone, uno de los momentos en que nos acaban viniendo a la mente hasta Midlake.
Pero la canción más redonda y cadenciosa, la solemne y trascedental por antonomasia, y puede que la más influida por el sinvivir coronavírico, es I, like you, maravilloso himno de tenacidad, resiliencia y confianza en el prójimo. Los mimbres son estos y el escocés se da el gusto de deslizar una undécima página a modo de homenaje a uno de los tres o cuatro mejores compositores del siglo XX: Paul McCartney. Golden slumbers, pieza muy breve en origen (aquí estirada hasta los tres minutos) y de melodía inacabablemente hermosa, es el regalo a la hora de los postres y una nueva constatación de que el escocés debería ocupar un lugar de relevancia pública mucho más preponderante que el actual. Igual que su tocayo de apellido Steven Wilson ha acabado consiguiéndolo, ¿por qué él no?