Body and soul representó una conmoción incluso en el muy efervescente 1984; aún hoy, tanto tiempo después, en muchos aspectos lo sigue pareciendo. El británico había irrumpido en 1979 con el desparpajo new wave de los fabulosos y prácticamente correlativos Look Sharp! y I’m the man, y todos pensamos que se convertiría en el complemento perfecto para ese triunvirato rutilante que integraban Elvis Costello, Nick Lowe y Graham Parker. Pero por la mente intrincada de este caballero fluían otros nutrientes mucho más insospechados: el reggae de Beat crazy (1980), la aproximación a las big bands con Jumpin’ jive (1981), el regusto de salsa neoyorquina en Night and day (1982).
En esa competición desaforada consigo mismo, este Cuerpo y alma era ya el sexto disco de un hombre que aún no había cumplido los 30 años y que practicaba una pirueta todavía mayor de las antes referidas. Esa misma portada a solo dos colores, con el saxo como icono central, ya avisaba del amor por el jazz noctámbulo, complementado con sabias dosis de funk y ritmos latinos.
Jackson era ya un perfeccionista, un obseso meticuloso, y su empeño por alejarse de las producciones sintéticas y robotizadas que proliferaban de aquella le condujo hasta un viejo estudio neoyorquino de piedra y madera, casi siempre empleado para discos de música clásica. Si las nueve canciones del lote son extraordinarias, el sonido de todo el disco, ya desde los metales a degüello para la apertura de The verdict, resulta demoledor.
Joe dominaba todos los palos, desde la balada arrolladora (Be my number two) al optimismo a lo Motown de las sucesivas You can’t get what you want y Go for it o el chachachá de la insospechada Cha cha loco. Incluso había hueco para un instrumental espléndido, entre clásico y latino, ese Loisaida que se refería en el título a la pronunciación desaseada de Lower East Side por parte de la población hispanoparlante. Y aún nos quedaba un dúo chico-encuentra-chica junto a Elaine Caswell en Happy ending, tan encantadora que parecía escrita dos décadas antes. Joe Jackson ha seguido edificando una obra caleidoscópica, pero pocas entregas suenan tan contemporáneas como esta.