Al bueno de Dan Auerbach parece sonreírle últimamente más su faceta como productor y descubridor discográfico que la de geniecillo del rock con aromas retros al frente de The Black Keys. La sorprendente noticia de la reprogramación de la gira estadounidense con la que la banda iba a presentar su duodécimo elepé, Ohio players, que estaba veniendo muchas menos entradas de las previstas, coincide con la irrupción de esta nueva pepita dorada de su cantera en el sello Easy Eye Sound, un cantautor de origen ugandés capaz de escribir con suma naturalidad algunas de las canciones más endemoniadamente bonitas de la temporada.

 

En el caso de Jon Muq, afincado en Austin (Texas) pero proveniente de Kampala, la capital de Uganda, nos encontramos ante uno de esos talentos natos y espontáneos que puede maravillar a un público amplio por su facilidad para hilvanar melodías hermosas y canciones bondadosas y finísimas a las que Auerbach se encarga de barnizar con esa capa sutil de aromas setenteros y espíritu rabiosamente analógico. Porque hay un trasfondo de soul ligero y de afropop en la escritura de Muq, igual que piezas llamadas a convertirse en clásicos instantáneos de su repertorio (Runaway, Flying away from home) abordan el dolor del desarraigo y la angustia ante el abandono de la tierra natal para un viaje vital repleto de incertidumbres. Pero su música no deja de ser elegante canción de autor cuya firma podría compartir con Jesse Harris y acabar en algún disco de Norah Jones, una artista de la que, no en vano, ha ejercido como telonero.

 

Añadamos que Jon acredita una historia vital casi folletinesca, la del muchacho que empezó a comprender su don natural cuando separaba e imitaba cada intervención vocal de We are the world y la del postadolescente que acabó embarcándose en un crucero noruego como encargado de amenizar la travesía al pasaje con sus versiones de cualquier clásico del pop que se le pasara por la cabeza o le reclamasen los excursionistas. Puede que de ahí, del contacto estrecho con los grandes clásicos, le provenga esa facilidad para una escritura falsamente sencilla y rematadamente seductora, en la que Shake shake o Hello sunshine encapsulan en tres minutos el anhelo de felicidad y donde el sentimentalismo (Love love love, Dark door) o el aderezo con unas gotitas de reggae (Flying away from home) siempre parecen opciones plausibles.

 

Es curioso que el nombre de Labi Siffre, otro cancionista versátil, superdotado y afrodescendiente (en su caso, con sangre paterna nigeriana), nos venga a la cabeza antes incluso de descubrir que una impecable versión de su Crying, laughing, loving, lying es el único tema no rubricado por Muq en el lote. Pero también la huella de otros genios de la escritura liviana y a la vez aplicada, como Michael Kiwanuka y hasta Sixto Rodríguez, se nos vienen a la cabeza según se profundiza en este universo dulce pero no condescendiente. Nos habíamos encandilado ya con Britti, pero quizá Jon Muq represente todavía una candidatura más poderosa para el premio a la revelación del año.

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