Nada hay de convencional en las peripecias de Kiev Cuando Nieva, aunque tampoco lo han pretendido nunca ellos ni lo anhelamos a este otro lado de la cadena de comunicación. Empezando por un nombre que, aun guardándolo en nuestro corazoncito desde hace un cuarto de siglo, nos sigue sonando pintoresco, el cuarteto oscense proviene de una de las capitales de provincia menos populosas y más ignoradas de la península, y siempre ha operado por libre en cuanto a su universo estético e imaginario temático, sin que su condición de perros verdes y tesoro oculto les haya tentado nunca a corregir su manejo del timón. La buena noticia es ahora que ese férreo compromiso consigo mismos permanece incólume en su séptimo elepé, que veníamos anhelando ya con cierta ansiedad después de los seis años justos transcurridos desde Inicio de surco (2019). Y la mejor de las noticias es que nuestros peculiares ucranianos de Huesca no solo siguen siendo insólitos, sino tiernos, sensibles, campestres y adorables.
Los hermanos Carlos y Javier Aquilé y sus compinches Jaime Sevilla y Antxon Corcuera despliegan el encanto de un universo de pop-folk suave y terso, tan apegado a la cotidianidad como al amor por la naturaleza y la vida apartada del mundanal ruido. Y toda esa calidez, tan característica y digna de protección especial –porque a los rara avis siempre debemos preservarlos, ahora que tan escasos andamos de biodiversidad–, se apuntala con la producción esmerada y nada ampulosa de Carasueño (Tulsa, Alondra Bentley, Calavera), siempre amigo del mimo y la delicatessen. No puede ser casual que Duermen en discos, el encantador instrumental que cierra la colección, parezca pedir a gritos una mesilla desde la que disfrutarlo y unos títulos de crédito a los que acompañar.
Siempre se quedan nuestros Kiev más cercanos de Canterbury, con sus amagos de pop bucólico, que de la onda psicodélica. Y puestos a afinar el diagnóstico, apuntan más hacia unos Crosby, Stills, Nash & Young del indie que a un Syd Barrett de costumbres más saludables. Pero toda la materia prima es noble y alentadora: Duermen en discos huele a roble y edelweiss, a ventolera de cierzo y abrazo de camaradería. De ahí que se agradezca la instrumentación acústica inusual, los ecos a primos lejanos peninsulares como The New Raemon o Pigmy, la sensación de agenda suspendida y abolición de urgencias. Son virtudes con las que merece la pena alinearse, igual que esas gargantas de trazo fino y vocación lírica, solo afeadas por alguna acentuación torpe. Poco problema frente a tantos argumentos favorables.