Hay artistas cuya mera existencia justifica un aprendizaje en profundidad del idioma de Shakespeare: Dylan, por supuesto, con su Nobel a las espaldas; pero también Ray Davies, Stuart Murdoch, Donald Fagen, Joni Mitchell, Morrissey y tantos otros. En esa lista también debería figurar, inexcusablemente, el pianista, cantante, compositor, productor, escritor y crítico musical Ben Sidran, un hombre admirable y asombroso, un “filósofo poeta” que a sus 80 años recién cumplidos sigue lanzando agudos dardos de lucidez en cada verso, dulcificados por ese célebre jazz vocal “para hipsters“ que provoca adicción desde las primeras escuchas. Rainmaker, álbum número 35 en su trayectoria como solista –si sus propias cuentas no fallan–, lo corrobora con su arquitectura adorable e instantánea. Puede que para él sea solo una página más en el extenso libro de su vida pletórica, pero no podemos aceptar como un episodio común lo que vuelve a tener mucho de extraordinario.
Sidran nació en Chicago, se convirtió en referente de la escena neoyorquina –donde incluso fundó un sello discográfico esencial, el añorado Go Jazz– y disfruta de su condición de abuelo sabio y curioso insaciable en las plácidas geografías californianas, aunque Rainmaker se materializó en tierras francesas y con su hijo y principal aliado, Leo Sidran, en el triple papel de batería, productor y, sobre todo, guardián de las esencias. Es curiosa –por insólita, entrañable e infrecuente– esta simbiosis paternofilial, una complicidad exenta de suspicacias intergeneracionales en la que el vástago, otro creador discreto y a buen seguro infravalorado, ejerce a la vez la custodia de un gran legado y su puesta al día con un sonido instantáneo y brillante.
Porque este Hacedor de la lluvia es, ante todo, eso: un álbum fresco, estimulante y alentador a cargo de un joven octogenario que sigue mirándole a la vida con la curiosidad de un recién llegado. Un caballero que nunca dispuso de una voz poderosa ni arrolladora, pero a la que la edad ha impregnado de una pátina de serenidad evocadora, casi aromática. Y que abre boca con un liberador Someday baby, aderezado por el saxo incisivo de Rick Margitza, que le sirve para demostrar que el blues no tiene por qué ser un género siempre cariacontecido, sino también positivo y estimulante.
Llamaba la atención que un hombre lúcido y locuaz, gran difusor de historias y reflexiones, optase en plena hecatombe pandémica por un álbum en formato de trío instrumental –Swing state, 2022–, como si se hubiese quedado sin palabras ni explicaciones y prefiriese un liviano ejercicio de nostalgia jazzística y escapismo mental. Rainmaker apenas recurre, en cambio, a las piezas sin palabras –aunque Panda tiene mucho encanto, con la armónica de Olivier Ker Ourio jugando a ser Stevie Wonder y los inconfundibles steel drums de Andy Narell–, y en cambio exprime las posibilidades de ese discurso con un pie en el recitado y otro en la melodía, muy a la manera que popularizó el maestro Leonard Cohen. Y con ejemplos tan deliciosos como Humanity, con la peculiaridad de que en este caso Ben se deja acompañar por una segunda voz, la de Rodolphe Burger, que intercala versos en francés.
Así son las cosas en el universo existencial y vivaz de Ben Sidran, un caballero tan capaz de versionarse y ponerse al día a sí mismo (Victime de la mode) como de fusionarse con su heredero en Times getting tougher than tough, una simbiosis preciosa en la que cuesta distinguir dónde termina Ben y dónde comienza Leo (aunque se trate de un original de Jimmy Witherspoon). Sidran padre es la versión contemporánea de su querido Mose Allison. Solo una reflexión final, casi a modo de hipótesis disparatada. La portada de Rainmaker guarda cierta similitud con la de Abbà pater, el disco con meditaciones en varios idiomas que el papa Juan Pablo II registró en 1999. Quizá sea solo una casualidad simpática, pero queda margen a pensar que se trate también de una travesura. Con un hombre de la sagacidad de Ben Sidran todo entra dentro de lo posible.