Cuidado con esta Lauren Henderson: a veces da motivos para pensar que es de ese tipo de artistas que salen airosos en todos los frentes. Y en su caso, con el mérito adicional del estajanovismo: The songbook session nos sirvió hace bastante menos de un año para engancharnos a ella, pero desde entonces ha tenido incluso tiempo de intercalar un disco navideño antes de entregar esta colección nuevamente deliciosa y con cada vez mayor presencia de repertorio propio.

 

La voz seductora de Henderson remite a aquella calidez jazzística y tenue que convirtió hace treinta y tantos años a Anita Baker o, sobre todo, Sade, en artistas de gran predicamento popular. En el caso que ahora nos ocupa, con más gotas de jazz y una muy importante dosis de latinidad, hemos de destacar el papel decisivo que desempeña el pianista Sullivan Fortner, jefe del trío de acompañamiento y hombre de trabajo finísimo, tan perceptible siempre como entregado a la causa y a la protagonista principal. Y quizá ese respaldo contribuya a la seguridad con la que Lauren se desenvuelve ahora también como autora: junto a la lectura de piezas clásicas de tanto ringorrango como I concentrate on you (Cole Porter) o Wild is the wind, tan popular en la voz de Nina Simone y hasta en la de David Bowie, la de Massachussets firma por su cuenta, con muy buenos resultados, cinco de los 10 cortes de este elepé. Algunos realmente brillantes, como ese medio tiempo, Leeward, que se repite al final para añadir las partes rapeadas por el actor Daniel J. Watts. Pero también La marejada y Musa, las dos en castellano y con la aportación de Paco Soto, el guitarrista flamenco natural de Tánger.

 

Añadamos un bolero precioso, Corazón, no llores, o nuevos originales de Henderson en nuestro idioma, Luz y Ahora, por aquello de sacar partido a los años en que nuestra joven y prolífica protagonista pasó estudiando flamenco en Córdoba o música tradicional en la Universidad de Puebla (México). Cada vez parece más evidente que Lauren, hoy residente entre Nueva York y Miami, no es solo un timbre agraciado y un rostro fotogénico. Aquí hay un tacto rugoso y granulado en la voz, tan relevante como esa intención evidente de hermanar procedencias, culturas y sensibilidades. Todo sea, en último extremo, por la belleza tersa.

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