He aquí un puñado de canciones para «narrar el proceso de una mujer que se rompe y se recompone». Por una vez, no hay mejor punto de partida que el enunciado con el que la propia firmante ha querido lanzar al viento esta obra confesional, sentida y personalísima, pero tan universal y abierta a interpretaciones como solo terminan siendo las creaciones verdaderamente relevantes. No sabemos con toda certeza si la recomposición proviene de un desengaño amoroso, vital o de otra naturaleza, si la reordenación de piezas en el ideario de la asturiana es fruto de la crisis de los cuarenta o de cualquier otro avatar, traspié o incluso descalabro. Pero da un poco lo mismo, porque Lorena Álvarez transmite aquí una fragilidad firme que la apuntala como una voz para el coraje tembloroso, para la emoción que nunca quiso ser expansiva, pero ya no se esfuerza en agazaparse. Es un manifiesto, sí, de fragilidad empoderada, y esta vez ese adjetivo tantas veces invocado cobra su auténtica hondura.

El regreso de Álvarez al terruño, a esa parroquia diminuta de San Antolín de Ibias en la que ni siquiera con ella alcanzan el medio millar de habitantes, parece influir en este álbum empapado de un concepto muy sui generis del folclore y la raigambre. Porque hay una mirada sin duda escorada hacia la raíz y la canción de autor que nos sirve de trasfondo para El poder sobre una misma, igual que influyen esas mismas enseñanzas adquiridas de Vainica Doble que tanto aporte proteico insuflaron también a sus paisanas de Pauline en la Playa.

Pero a partir de ahí surge la voz peculiar, singular y personalísima de Lorena, una mujer siempre heterodoxa incluso cuando abraza en Increíble (quizá el momento angular del elepé) una forma musical tan definida como la rumba. Y las letras, claro, nunca culteranas y casi siempre adorables en su propia asunción de grandezas y flaquezas: «Haces bien en no creerme, porque soy increíble (…) / Haces bien en irte corriendo, porque soy insoportable».

Lorena se coloca en las antípodas de cualquier manierismo y abona el terreno de una candidez esencial, de la búsqueda de aquello que de verdad nos identifica, pertenece y, en último extremo, hace grandes. Tan poco canónica como Increíble es la aproximación al bolero de Cuando el amor crece. Tan orgánico y real es todo que incluso el arrebato medio tecno del tema titular, que sirve para echar el telón, se nos antoja coherente y orgánico. Como el flamenquito a su manera de Se me daba cuidado, por donde asoma Soleá Morente (otro verso suelto: o libre, de libro). O la aproximación moruna en Rezo en secreto que fundamenta la voz de Miriam Toukan.

«Este disco está dedicado a mi psicóloga de la seguridad social y a mi maestra de yoga. Sin la presencia de estas dos mujeres en mi vida, probablemente el disco no existiría». Otra vez hemos de recurrir a la literalidad confesional de la autora, pero es difícil encontrar un ejemplo similar –por sincero, explícito y esclarecedor– en ningún otro libreto discográfico. Lorena: tan suya, tan necesaria.

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