El llamado “retorno de Saturno”, el periodo astrológico en el que el planeta de los anillos ocupa en el cielo el mismo lugar que en el momento del nacimiento, acontece por vez primera en torno a los 29 años y medio de vida y sirve como poderoso elemento simbólico para expresar la necesidad de reformular los criterios y planteamientos con los que abordamos nuestra propia existencia. Esa manera cósmica de apelar a la consabida crisis de los treinta sirve a Tasha Viets-VanLear para convertir este tercer álbum en su apuesta artística más ambiciosa, trascendental y amplia de miras. Pensemos en que su folk-pop habitual se enriquece con otros colores más propios del jazz vocal, el rhythm ‘n’ blues o el rock independiente, un crecimiento del que no debe ser ajena la figura de Gregory Uhlmann, guitarrista de Perfume Genius y un productor siempre amigo de cierto dramatismo y grandeza en el sonido.

 

Ha habido quien ha creído encontrar incluso las huellas del grunge en el caso de The beginning, que, en función de esas lecturas sería algo así como el resultado de una noche de pasión entre Mazzy Star y Pavement. Pero Tasha, mujer negra, activista del feminismo y voz autorizada dentro del colectivo LGTBI, no podría resignarse a un foco tan restrictivo. Su gusto por la ambigüedad queda plasmado en la apertura, Pretend, un corte de emotividad ligeramente hierática que se queda cerca de la órbita de Annie Lennox. Y no advertimos un miligramo de ira, sino solo de candor delicadísimo, llegados a Be better, donde nuestra protagonista se vuelve trémula, deja los versos suspendidos en el viento, se pertrecha de unas segundas voces etéreas y una flauta adorable (gentileza de V. V. Lightbody) y refrenda que su universo estilístico e ideológico no siente ningún reparo hacia formulaciones más folkies.

 

Es esa una sospecha que Good song confirma con sus maneras de pop femenino independiente en torno a, digamos, 1995. Y que se agudiza con la sensacional y mucho más rítmica y enérgica Michigan, que parece un esbozo de canción de U2 a la que hubiera terminado de dar forma Sufjan Stevens. El influjo puede que sea sutil, pero en absoluto casual, si descubrimos que Viets-VanLear formó parte el año pasado del elenco que convirtió Illinois (2005), la obra maestra de Stevens (o una de las más incontestables), en un exitoso musical de Broadway.

 

El carácter más eminentemente acústico vuelve a emerger con Nina, definida por la candidez de los rasgueos de guitarra y esos bellísimos obstinatos con los que los instrumentos de viento lo envuelven todo. Y el homenaje a su antiguo coproductor Eric Littman, fallecido repentinamente en 2021, guía la emocionante, contenida y desnuda Eric song, un sencillo ritmo ternario a la acústica al que solo se suma, a partir de la segunda estrofa, el llanto del violonchelo.

 

Por fin, el recorrido inverso lo transita Love’s changing, que deja caer el telón apelando de nuevo a un pop más bucólico y esperanzado, una llamada a la fuerza del arte y el amor como elementos transformadores de nuestra existencia. Porque nada en el universo de Tasha tiene un ápice de ramplón ni de evidente, y sospechamos que esa seguirá siendo una constante en cualquier momento en que nos asomemos a su cancionero. Con independencia del lugar que ocupe entonces Saturno en el firmamento.

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