Nacho Casado constituye una bendita anomalía dentro del paisaje del pop peninsular, y bien está que disfrutemos de su verso libre. Ahí le tienen: un alicantino criado al calor del Mediterráneo pero con el alma anclada en las inmediaciones de Copacabana en cada canción, un peninsular medio carioca al que no terminamos de descubrir en tierras ibéricas pero recibe singulares parabienes por latitudes niponas. Así de inexplicable es, como tantas veces, el destino, y forma parte de los encantos de la vida. Disco bleu es una banda sonora para la felicidad en pareja que prolonga y apuntala el sendero de su antecesor, el delicioso Amor, música y lágrimas. Y ratifica a Casado como un encantador artífice de bandas sonoras para tardes luminosas, momentos de esplendor y dulces datos de modorra. Justo lo contrario, si bien se mira, de lo que vienen siendo nuestras existencias cotidianas en tantas ocasiones.

 

Disco bleu es una obra breve y risueña, una entrega radiante y bienintencionada antes incluso de que nos lo corroboren los oídos. No podría ser de otra manera si en el repertorio asoman títulos como ¡Qué maravilla!, Mediterralia, la categórica El amor es lo único o, atención, Flores y almohada. No estamos solo ante un título sonoro y evocador, sino ante la gran joya de la corona, una bossa efusiva y encantadora, sin dobleces. Una oda a la debilidad por la persona amada que incluye, ya puestos, un guiño adicional a Brasil con su cantinela final de “Qué será, qué será, qué será”.

 

Y no, no hay margen para el postureo. La prolija dedicatoria del trabajo se dirige en primer término a Pilar, “musa e inspiración siempre presente”, extiende las efusividades a su hijo, Nacho (“fuente de amor e inspiración pura”), y remata con una declaración categórica: “El amor es lo único”. De esa convicción firme nace toda esta retahíla de canciones enamoradas y amorosas, sobre todo gracias al perfeccionamiento de esos arreglos de cuerda que incrementan la sensación de disco a la vieja usanza, de trabajo dulce y orgullosamente naíf que podrían haber escuchado nuestros mayores en los guateques costeros.

 

No, a este levantino de voz tenue, dulce y vaporosa no podemos reprocharle que sea feliz, aunque siempre habrá quien le atribuya el sambenito del almíbar. Solo convendría, de cara al futuro, un poco más de pulso firme con la parte literaria, que a ratos flojea de manera ostensible o incluso incurre en esas acentuaciones falsas (“Entregado al mar / la marea nos llevá“, en Venganza en la pista de baile; “Estás muy lejos de tu hogar / Escucha cómo la tormenta llegá“, en Mediterralia) que no deberían haberse deslizado en un trabajo tan lindo. Por lo demás, agradecidos con el calor, el color, el amor y el mar: por fin, un álbum genuinamente generoso en su aporte de vitamina D. Y cómplice con los cancioneros de Caetano, João Gilberto o, llegado el caso, Michael Franks.

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