Parece un poco ocioso a estas alturas andar advirtiendo de que Harry Styles proviene del quinteto de ídolos adolescentes One Direction y que labró su fama a partir de aquellos primeros años de eclosiones hormonales y griterío de estadios. Hablamos de un muchacho que anda ya a solo un par de pasos de la crisis de los treinta y que para este trabajo, el tercero en nombre propio, ejerce como el anfitrión moderno, hospitalario, alternativo y estiloso que figura con gesto meditabundo en portada. Pues bien: por si todavía quedase algún escéptico en la sala, conviene advertir, alto y claro, que este Harry’s house es un disco no ya bueno, como sus dos antecesores, sino sencillamente soberbio.

 

Styles ha alcanzado la suficiente madurez como para encontrar un espacio en el que sentirse él mismo: seductor, ambivalente, divertido, tierno, irremediablemente sexy. Esta colección es todo eso, un atracón irresistible de temazos entre meritorios y sensacionales, instantáneos en su capacidad de envolver los tímpanos del receptor y lo bastante elevados de miras como para buscar mucho más la atemporalidad que el artificio tecnológico. Porque aquí, como cabría esperar de este gran admirador y amigo de Stevie Nicks, hay mucho más apego hacia el soft pop de los años setenta que por los artificios robóticos de las producciones supuestamente vanguardistas. Presten atención a Grapejuice: es imposible que no nos venga a la cabeza Let’em in, de McCartney con sus Wings.

 

No, Harry no es ningún niñato, sino un consumadísimo artista, compositor e intérprete que, además, sabe rodearse de manera magnífica. El primer avance del álbum, As it was, ya era un ejercicio de pop mayúsculo y elegantón, pero en ese capítulo no le van a la zaga Keep driving, la sensacional Late night talking y la no menos imparable Satellite, con ese gusto muy styles de que el estribillo desemboque en una incursión final en el falsete. Pero el gusto con que nuestro protagonista se acerca al formato más acústico y sosegado es también superlativo. En Matilda encontramos el equivalente masculino de una Taylor Swift en su formulación más excelsa; Boyfriends, con no menos que Ben Harper en la guitarra, esconde al niño prodigio Tobias Jesso Jr en la composición y Little freak es tan frágil y agridulce como un temazo de Bon Iver o del batería de la banda, S. Carey.

 

Y nos queda aún la faceta más tórrida y sudorosa, donde el funk acaramelado de Cinema parece la nueva colaboración que a Bruno Mars ya no le dio tiempo a cerrar con Daft Punk antes de la disolución del dúo francés. Daydreaming desliza un sampler habilísimo de The Brothers Johnson y el corte inaugural, Music for a sushy restaurant, marca con sus metales y un bajo muy saltarín ese aire juguetón del Harry más casquivano.

 

En realidad, solo la página final, ese Love of my life algo blandurrio, y más almibarado que solo mimoso, puede considerarse un pequeño borrón en este álbum deslumbrante. Harry Styles ya no es “ese chico que no lo hace nada mal”, sino un referente para comprender lo que se cuece entre los nacidos en los años noventa.

 

2 Replies to “Harry Styles: “Harry’s house” (2022)”

  1. Buenísimo disco, sí señor. Uno de los grandes álbumes para disfrutar este verano. Gracias por la recomendación Fernando.

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