Robert Cray ha logrado convertir en rutinario aquello que cualquier oyente, y no digamos ya músico, sabe que requiere de un talento descomunal: no hay manera de pillarle en renuncio, de que nos haga entrega de un disco malo o, simplemente, anodino. That’s what I heard, desde luego, tampoco incumple con esa saludable norma autoimpuesta. No parece probable que un hombre de su sapiencia vaya incurrir ahora en medianías, pero menos aún si celebra el cuadragésimo aniversario de aquel Who’s been talking con el que en 1980 asomó por vez primera en las estanterías de las tiendas. Ahora, más de una veintena de álbumes después, sigue exhibiendo una caligrafía prodigiosa, pero cada vez su adscripción a los 12 compases clásicos es más tenue. Cray fue el hombre que logró que el blues-rock regresara a las listas de éxitos con Strong persuader (1986), justo en el momento en que a B.B. King o John Lee Hooker se les empezaba a mirar como viejas leyendas ya amortizadas, una discriminación absurda que, por fortuna, se revertiría en la década siguiente. Ahora el latigazo del blues sirve como silbato de salida con Anything you want, que inaugura la fiesta con batería seca y aullido de órgano incluidos. Pero el segundo corte, Burying ground, se echa de lleno en brazos del góspel y para el tercero, el elegantísimoYou’re the one, ya nos encontramos con ese soul sedoso y con arreglos de metales que tiene el adjetivo “sureño” en su remite. This man, cuarto corte, se acerca al rhythm ‘n’ bluesde la escuela de Curtis Mayfield, y así podríamos seguir radiografiando un trabajo que casi es un festejo para el oyente y un homenaje que se concede el propio oficiante. Cray ha querido darse el gustazo de grabar en los estudios Capitol de Los Ángeles y contar con invitados como Ray Parker Jr., pero sobre todo se ha asegurado de que en la docena de piezas con las que comparece no se escapara un miligramo de grasa. Por eso se divierte en ese bombón titulado My baby likes to boogaloo o afila el músculo guitarrero con Do it. Pero, sobre todo, avala la incandescencia del mejor southern soul en dos páginas fabulosas e incontestables, You’ll want me back y To be with you. Nada que objetar: Robert es previsible porque hace de la brillantez, rutina. Lo más difícil.