No pretendemos aburrir a nadie, solo faltaba, pero esta reseña ha de comenzar casi como un árbol genealógico. Solo para situarnos. Muchos ubicarán sin problema al contrabajista Charlie Haden como uno de los lugartenientes de Ornette Coleman, motivo suficiente para pasar a la historia del jazz con los correspondientes ribetes dorados. Haden nos dijo adiós en 2014, pero le sobreviven su obra (enorme) y la prole, generosa y brillantísima, tres hijas y un retoño que en todos los casos se han empeñado en hacer bueno aquello del palo y la astilla. Las tres féminas son las que, bajo el nombre de The Haden Triplets, despuntaron hace seis años con un debut fabuloso, y ahora prolongan la faena con uno de los álbumes acústicos más importantes que puedan imaginarse, tal vez soñarse, sobre suelo estadounidense. Porque este Family songbook, segunda entrega tras una espera algo exasperante incluye todo lo que podamos sospechar, suponer y, sobre todo, anhelar, de un trabajo norteamericano con trasfondo tradicional. La colección funciona casi como una banda sonora alternativa para O brother!, la película de los Coen. Hasta cuatro temas llevan la firma de Carl Haden, abuelo de las muchachas, y se remontan a los años treinta, pero la naturalidad y la frescura fraternal con que se recrean los hacen atemporales, rematadamente hermosos (escuchen Who will you love, por favor). Y la conexión con los ancestros pasa, evidentemente, por papá, puesto que Rachel, Petra y Tanya Haden abren la colección con una pieza, Wayfaring stranger, que Charlie ya había hecho suya. Tenía que haber, casi por pura lógica, una escala en la Carter Family (Wildwood flower), y otro en los tiempos anteriores a la guerra de secesión (Free as a bird), pero… no se asusten cuando descubran que Say you will es, en efecto, el original de… ¡Kanye West! Las chicas consiguen llevarlo a territorios fronterizos y crepusculares, como si Ry Cooder les susurrara al oído como afrontar las curvas del camino. No es casualidad: su hijo, Joachim Cooder, asume las percusiones en todo el álbum, mientras que las guitarras corren por cuenta de Bill Frisell y el Hammond queda en manos de Don Was. Parece todo una barbaridad, ¿no es cierto? Avisemos del secreto: lo es. Y que se extienda la buena nueva.

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