Rosalía es ahora mismo una hipérbole, así que todo cuanto gira a su alrededor sugiere la sospecha de la desmesura. Por eso sería tan imprudente dejarse llevar por el fervor como caer en la tentación de descalabrar a la muchacha, porque aquí parece evidente que detrás de los cegadores fuegos de artificio y las virguerías de la mercadotecnia asoma también una gran artista. Habrá quien acabe despotricando a cuenta de este “El mal querer” –en la práctica, debut en solitario de la barcelonesa-, porque despellejar a la protagonista de semejante fenómeno resulta demasiado tentador. Pero no olvidemos que a Rosalía Vila la entronizamos todos, o casi, cuando durante la temporada pasada se dedicó a pasear el dolorido y fragilísimo repertorio de “Los Ángeles” con la única compañía de la guitarra de Refree, otro heterodoxo como ella. “El mal querer” es, en ese sentido, un trabajo más ambicioso y elaborado, pero su escuetísimo minutaje (apenas media hora) implica una visión “millenial” del formato elepé o, y esto sería peor, una cierta precipitación ante la magnitud que iban tomando los acontecimientos. Los adelantos están muy bien escogidos, fundamentalmente porque solo “Malamente”, “Pienso en tu mirá” y “Di mi nombre” parecen aportar potencial bailable y tarareable: en ellos hay mayor contaminación electrónica y esa visita de refilón a las triquiñuelas del trap. Pero puede que sea bastante más interesante la filigrana de mil capas vocales en “De aquí no sales”, los arreglos de cuerda para “Reniego” (¿lo mejor del disco?) o el muy sorprendente hábitat sonoro truncado de “Maldición”, que sin ese tratamiento sería lo más flamenco del álbum. Sin embargo, “El mal querer” sabe más a aperitivo que a obra grande, una sensación desconcertante a la vista de todo lo que está generando a su alrededor. Rosalía ha sabido presentarse en el momento más oportuno: mujer, joven, corajuda, poderosa, inconformista, bella, hábil en la generación de un producto artístico. La necesitábamos, así visto. Incluso habrá quien esboce teorías, probablemente aburridas, sobre la españolidad de su catalanismo. Y podemos pasar por alto ese grafismo pavoroso, falsario, donde la muchacha más parece la protagonista de un videojuego. Pero queda una inmensa incógnita detrás: desentrañar hasta dónde llega de veras el talento de lo que hoy más parece un diamante en bruto.