¿Qué podemos esperar de una banda con más de medio siglo de andadura a sus espaldas? ¿Qué margen de sorpresa le queda a una formación a la altura de su disco número 18? Los escépticos tienen argumentos sobrados para torcer el gesto y sospechar que no habrá elementos novedosos entre los 13 cortes que dan forma a este Circling from above, pero harán mal en no concederle el beneficio de la duda y eludir una escucha atenta. Si los prejuicios les llevan a no asomarse por estos surcos, se estarán perdiendo un disco excelente.
Es curioso que un grupo con tantos trienios de cotización encuentre motivaciones en la edad tardía, pero el sorprendente The mission (2017) marcó el comienzo de una resurrección que se afianzaría a la altura de Crash of the crown (2021) y que ahora fructifica con lo mejor que han sido capaces de concebir estos aguerridos rockeros de Chicago en lo que llevamos de siglo. No seamos tan osados como para hablar de reinvenciones: James «JY» Young, Tommy Shaw y demás luminarias de la alineación titular siguen fieles al énfasis, la pompa y el sonido apoteósico para estadios, y ni los adeptos saldrán defraudados ni los neófitos encontrarán grandes diferencias con trabajos previos. Pero Circling… encierra un buen número de homenajes tácitos a otros grupos estilísticamente afines, y ese juego del parafraseo resulta divertido, merecido y hasta emocionante. El tema titular, que sirve de apertura, es un brindis flagrante a Pink Floyd (esas armonías, esa guitarra, incluso esa temática sobre la convivencia con los avances tecnológicas), al igual que su prolongación, ese espectacular sencillo titulado Build and destroy. Pero resulta aún más llamativo constatar que We lost the wheel again podría haberse colado en los mejores álbumes clásicos de The Who. King of love enlaza con el prog actualizado pero igualmente grandilocuente de Muse. Y los sintetizadores etéreos y la voz lánguida de Lawrence Gowan, el más protagónico entre los distintos cantantes, nos llevan a acordarnos de The Alan Parsons Project a cada rato.
Lo mejor del septeto, con todo, es su habilidad para salpimentar los ingredientes principales con otros sabores que enriquecen el menú. Es imposible no aguzar el oído ante la irrupción de Everybody raise your glass, un tema con hechuras de music hall clásico que recuerda a las digresiones de McCartney en When I’m sixty-four, Martha my dear y divertimentos similares. Y aún más espectacular es constatar el tino del grupo para introducir ramalazos latinos en Blue eyed raven, como si esta vez fuera Carlos Santana quien se hubiese asomado por la grabación.
Y así, queridos escépticos, acaba sucediendo que Circling from memory es un pequeña virguería y un poderoso entretenimiento que se devora con fruición y transcurre en un suspiro. Nada que merezca reseñarse como inimaginable, pero mucho más de lo que esperábamos ya de unos Styx seguramente en su mejor momento desde los setenta.