Quizá no sea la más evidente de las metáforas, pero puede que nada resuma tan bien el espíritu de Aperture como su portada, que en un primer vistazo pudiera pasar por anodina. En la imagen observamos la silueta borrosa de media docena de personajes, suponemos que los integrantes de The Head and The Heart, aunque solo podemos avalar esa hipótesis a partir de la lógica y la conjetura: las figuras resultan de todo punto indistinguibles. Y es justo ahí donde radica el encanto y el valor de esta entrega, en esa determinación de que los perfiles individuales se difuminen y pierdan presencia en favor de una identidad colectiva.

 

Los artífices de estas 12 canciones (tres cuartos de hora que transcurren en un suspiro) aportan voces y bazas a la causa común sin perseguir protagonismos ni liderazgos, sino solo la suma de voluntades, el valor de un abrazo a seis bandas. Todo ello apela al reencuentro de Seattle con los orígenes y sus esencias fundamentales, a la recuperación de un discurso que nació muy ligado a la causa popular y folclórica y que en los últimos tiempos se había distorsionado para primar la búsqueda de un sonido más avasallador y rimbombante. Más amoldado al gusto de los programadores de algoritmos y los recopiladores de escuchas ricas en virguerías, fuegos de artificio y demás chiribitas propias de la producción para grandes auditorios.

 

Frente a los postulados de Living mirage (2019) o incluso Signs of light, de 2016, este Aperture apela a la raíz y la concordia, a la fogata y el cariñito, a ese indie-folk cantarín y coreable con el que no se acaban de reencontrar los dubitativos Mumford & Sons y que también alentó las catarsis cada vez que nos cruzábamos con los conciertos euforizantes de The Lumineers. Aquí, las huestes del cantante Jonathan Russell se lanzan en tromba a la caza del single pegadizo durante la primera mitad del álbum, y en esa caza atrapan la vigorosísima Arrow o el delicioso jugueteo del piano para After the setting sun. Y se vuelven aún más cercanos y confesionales en la segunda parte de la entrega, donde el estribillo agudísimo y casi agrietado de Jubilee se erige en lo más bonito que les hemos escuchado en muchos años a estos cinco chicos y la cantante y violinista Charity Thielen.

 

En esa búsqueda de un discurso integrador, tan necesario en tiempos de individualismos asquerosos nos encontramos incluso con las sorpresas de que el pianista, Kenny Hensley, y el batería, Tyler Williams, asuman la voz principal en West Coast Cop car, respectivamente. Aperture ni inventa ni descubre nada, seguramente, pero este sexto elepé aporta un calor y cercanía que echábamos en falta y agradecemos en lo más profundo.

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