Puede que ninguna obra en toda la historia del pop y el rock quintaesencie en concepto de renacimiento artístico con tanto fulgor como Private dancer (1984), una eclosión creativa sin parangón que se vio refrendada por un respaldo popular que ya nunca le faltó a su protagonista mientras siguió subiéndose a los escenarios, erigida en símbolo universal de talento, poderío y superación. Tina Turner nos dijo sigilosamente adiós en mayo de 2023, pero su resurgir en lo más nuclear de los años ochenta queda para siempre grabado en la memoria de millones de aficionados de cualquier rincón del planeta, y esta oronda y lujosísima “edición definitiva” hace justicia al enorme peso específico que, en lo musical y lo simbólico, la obra sigue ostentando.
Por estas cosas de las conmemoraciones, la celebración de este cuadragésimo aniversario ha terminado aterrizando, en puridad, en el año 41, pero algunos de los contenidos de esta quíntuple caja (con Blu-Ray adicional: que no nos falte de nada) nos permiten mostrar nuestro lado más indulgente ante la demora. En particular, la insólita aparición de una “canción perdida” de la época, esa Hot for you baby de la que nadie parecía saber nada, pese a que la autoría corresponde a dos firmantes de primer orden, los australianos Vanda y Young (años antes, en Flash & The Pan y responsables del inmortal one hit wonder de John Paul Young, Love is in the air) y que a todas luces parece un corte finalizado hasta el último detalle, sin añadidos ni maquillajes de última hora.
¿Dónde ha permanecido escondida todos estos lustros Hot for you baby y por qué nadie la recordó, reclamó o rescató durante la elaboración de Private dancer o, llegado el caso, de cara a algunos de los muy decentes pero no tan deslumbrantes álbumes posteriores de la gran Reina del Rock? La primera pregunta puede obtener respuesta en la presencia en el elepé de un corte de características similares, Steel claw, que además dista de figurar entre los más reivindicados de la colección. Pero Hot… tenía altura más que sobrada para haber visto la luz en vida de su intérprete, sobre todo porque, a partir de los años noventa, sus incursiones en el rock de guitarras fueron casi inexistentes y la sal y el picante de esta grabación ignota le habría venido muy bien a trabajos más acomodaticios, desde Foreign affair (1989) a Wildest dreams, de 1996. Y porque documenta el gusto emergente en 1984 por los ramalazos de hard rock en las producciones para el gran público, como ya había evidenciado el propio Michael Jackson cuando otorgó sin titubeos un protagonismo decisivo a Eddie Van Halen para su monstruosamente popular Beat it.
Dicho todo lo cual, ¿justifica el descubrimiento de una canción notable, pero no imprescindible, que volvamos a rascarnos el bolsillo para reincidir en un álbum del que quizá ya dispongamos de más de un ejemplar en nuestra colección? Ahí ya influyen tanto el fetichismo como la holgura presupuestaria de cada interpelado, y es cierto que la doble y estupenda edición del trigésimo aniversario aportaba un buen puñado de caras B, descartes y tomas alternativas que aquí, evidentemente, vuelven a constar (entre las cinco grabaciones relegadas en su momento a las segundas caras de los singles, tanto I wrote a letter como Keep your hands off my baby son sensacionales, mientras la anémica When I was young seguramente no mereciese llegar nunca al estudio de grabación). Pero la generosidad de este formato “a tutiplén” permite ahora explayarse en todas las direcciones, sobre todo en lo referido a las grabaciones en directo, un apartado en el que aquí disponemos de dos ejemplos riquísimos: el sensacional Live at Park West, Chicago, inmortalizado el 2 de agosto de 1984 y hasta ahora desconocido, y una posterior visita al NEC de Nirmingham (esta, también en formato audiovisual) por la que asoman los ilustres Bryan Adams (para It’s only love) y David Bowie, con quien disfrutamos de ¡una doble toma! de Let’s dance.
Otros ingredientes pueden ser más redundantes, como las versiones extendidas en formato discotequero de los singles, puesto que de aquella los maxisingles eran casi inapelables. Y a muchos se les habría olvidado por completo la muy reivindicable Total control, un tema original de los Motels que Turner pensó en incluir en Private dancer, descartó en el último momento y acabó donando un año más tarde para el disco benéfico colectivo de We are the world.