Queda definitivamente muy lejos aquella Zahara pipiola que nos regalaba golosinas a quienes la entrevistábamos con motivo de su primer álbum, “La fabulosa historia de…”, del que nos separa ya casi una década. La muchacha naïf y multicolor se ha convertido definitivamente en una intérprete con fuerte personalidad propia y muy fácil de distinguir entre cualquier otra de sus compañeras de generación, más allá de haberse sabido labrar una fuerte presencia mediática que no deja de ser mérito propio. “Astronauta” es, en este sentido, una vaga continuación de “Santa” (2015), su excelente y definitivo tercer álbum, con el que le une una vaga vocación conceptual (la imaginería religiosa entonces, los viajes interestelares ahora), un estado de gracia compositiva y esa maravillosa devoción por el formato físico, plasmada aquí en una edición fantástica que incluye un segundo álbum de rarezas y una variada amalgama de ilustraciones y fetiches. Pero lo mollar está en la habilidad de la de Úbeda para sonar confesional, cercana y directa sin resultar nunca cruda ni burda, ni siquiera en los relatos más abiertamente concupiscentes (“El diluvio universal”). La maternidad reciente gravita aquí y allá, empezando por la graciosa “Hoy la bestia cena en casa”, y el gusto por el pop sintetizado (“David Duchovny”) convive con la habilidad exquisita para los tiempos medios, sobre todo en los dúos con Miguel Rivera (“Big Bang”) y Santi Balmes (“Guerra y paz”). Pero nada mejor ni más sorprendente que la fabulosa “Adjunto foto del Café Verbena”, estampa de costumbrismo pop con alma acústica a lo Iron and Wine. Pura gloria.