Antes de que el rocanrol se convirtiera, a partir de 1954, en el acontecimiento cultural más relevante del siglo XX desde una perspectiva tanto sociológica como artística, las prístinas armonías vocales del doo wop endulzaron la áspera vida cotidiana de las generaciones sometidas a los rigores de la postguerra y de una reconstrucción que dejó no pocos traumas y heridas. Esta deliciosa antología de la factoría francesa Frémeaux & Associés, infatigable en prospecciones muy documentadas en torno a las antiguallas musicales que conquistaron los corazones de nuestros bisabuelos, sirve para reflejar aquella época de reinvención sonora y búsqueda de una felicidad edulcorada y melosa que los jóvenes de las décadas de los cuarenta y cincuenta difícilmente experimentaban en la cruda realidad de sus vidas cotidianas. Son 72 canciones distribuidas a lo largo de tres cedés abigarradísimos, tres horas y algo de músicas ya remotas que firmaron clásicos inmortales, pioneros no siempre bien reivindicados y unas cuantas decenas de nombres olvidadísimos que ahora merecen ser resarcidos.

Para bien y para mal, el doo wop siempre se movió en la delgadísima línea entre lo sublime y lo ridículo, entre las armonías vocales prodigiosas y el empacho cursi y almibarado. Hasta puede que algunos cortes sirvan para exponer, en poco más de dos minutos, ambos extremos de la balanza. Y es todo ese lenguaje hoy excesivo, pero primoroso y solo alcanzable por talentos vocales privilegiados, el que llena de significado y encanto una colección como esta, que nadie consumirá seguramente del tirón pero puede proporcionarnos varias tardes de descubrimientos adorables. Como de costumbre, los textos y anotaciones del ensayista Bruno Blum son precisos, abrumadores y muy didácticos, un capital que en el caso de Frémeaux es casi tan valioso como el propio contenido fonográfico. También como es habitual, la factoría francesa afincada en Vincennes reincide una vez más en esas aparatosas y anticuadas cajas de plástico para albergar estas perlas del coleccionismo. Y es una pena que nadie parezca interesado en corregir estas deficiencias en el continente que restan atractivo al más que encantador contenido.

El doo wop marcó, gracias a sus virguerías vocales, el paso de toda aquella generación afroamericana del rhtythm and blues que dejaría una honda huella entre los primeros referentes del rock y el soul que marcarían, desde mediados de los cincuenta, el devenir de la historia. El primero de los tres discos aquí, el casi arqueológico The roots of doo wop, refleja los cimientos del género entre 1934 y 1947, con grabaciones de inusitada solvencia, belleza e incluso nitidez sonora: basta adentrarse en las joyas de The Dominoes, The Shallows, The Robins o The Clovers para constatarlo, así como en las primeras grabaciones (¡That cat is high!) de los imprescindibles The Ink Spots.

Pero el álbum más ilustrativo y esclarecedor es el segundo, Classic rhythm & blues vocal groups, que se centra en el periodo seminal entre 1954 y 1962 y marca la transición entre el doo wop y los nuevos artistas dominantes, que en sus primeros pasos toman prestado el testigo de sus antecesores. De ahí que la selección haga escala en el Don’t be cruel de Elvis Presley con The Jordanaires, pero también en cortes iniciáticos y decisivos de Bo Diddley, Dion & The Belmonts, The Regents (atención a su Barbara-Ann) y hasta The Beach Boys, de los que se escoge Surfin’ como ejemplo de ese trasvase de poderes. Y más sorprendente aún es el no muy divulgado ejemplo de Merry go ‘round, que lanzó tímidamente al viento en 1962 un muchacho llamado Lewis Reed. Puede que no les suene demasiado, pero pasaría a firmar como Lou Reed unos pocos años más tarde.

Las baladas, tan arrobadas y rotundas, tan hiperbólicas y ultrarrománticas, definen el curso de los acontecimientos a lo largo del tercer álbum, Doo wop ballads, cuyas 24 grabaciones cubren el espectro entre 1941 y 1960. Abren boca, con todo merecimiento, los imponentes The Ink Spots y asoman formaciones algo olvidadas pero determinantes, desde los adorables The Flamingos a los tersos The Velvets o The Swallows, y así hasta arribar en aquel Shoppin’ for clothes de The Coasters. Como decíamos, puede que no sea prudente exprimir la caja hasta el empacho, pero una dosificación moderada nos proporcionará cinco o seis tardes de placidez y encanto superlativos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *