Un cantante de canciones. No solo es un nombre artístico, sino una toma de postura. Una radical declaración de principios. La canción, esa unidad de medida: tres minutos o poco más, una historia, un pedazo de vida. Y la tentativa de quedarse para siempre en algún rincón de nuestra memoria, por recóndito que fuera. Tales son los planteamientos irrenunciables de Lieven Scheerlinck, un belga que vive en Barcelona, canta en inglés y habla un castellano perfecto y precioso, seguramente más rico en matices y colores que el de unos cuantos que lo tienen por lengua madre. Y ese toque encantador y minucioso se traslada también a su escritura musical, que huye de cualquier barroquismo pero también de las obviedades y perezas mentales. Portraits es una colección entrañable, tierna y empática de retratos humanos con nombre propio, justo los que dan título a sus temas: Laura, Alida, Agus… Y así hasta ocho ciudadanas y ciudadanos, más un noveno al que, en lugar del nombre de pila, se le concede la denominación de The man at the table. Scheerlinck (nadie es perfecto) ha perdido a estas alturas toda fe en los formatos físicos, así que este catálogo de seres y estares no existe ni en vinilo ni en cedé. A cambio, esta preciosa cajita de madera encierra, junto al humilde papel con el código de descarga, sendas tarjetas para cada una de las nueve historias y un libro sencillamente maravilloso en el que Lieven explica quiénes son sus retratados y cómo se fueron cincelando estas nueve biografías en forma de estrofa, estribillo y secuencias de acordes. Nuestro Cantante comprendió un buen día que sus Canciones estaban llenas de “yoes” y que su vida no era ni tan singular, ni tan apasionante, ni tan terrible como para merecer semejante despliegue de autorretratos. Y de esa decisión nada obvia, de esa intuición lúcida surge el empeño por perfilarnos a su representante, a papá, a mamá e incluso al cuñado, Alain, que por una vez no es el consabido cuñaaaaooo sino un tipo melómano y encantador que le grababa casetes esclarecedoras. Conviene querer a A Singer, nuestro Iron & Wine europeo. Su ejercicio como retratista es de una minuciosidad de reportero clásico, con libretitas para cada cual, con entrevistas e indagaciones en sus círculos más cercanos. Siempre, salvo en el caso de ese Hombre en la mesa, un anónimo extranjero de traje raído en el rincón más cochambroso de un bar en el Raval. Pocas veces un trovador había desarrollado con tanta finura el ejercido de la observación.

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