Lo de Dan Auerbach comienza a ser un caso extraordinario y espectacular, en vista de su empeño por apadrinar a jóvenes talentos y convertirse en uno de los productores más fiables de los últimos años, erigido en una especie de Rey Midas plenipotenciario o de Phil Spector contemporáneo en versión bondadosa y benefactora. Todo ello es más sorprendente aún si tenemos en cuenta su figura referencial al frente de The Black Keys, una banda a la que pueden formulársele pocas objeciones y que debería focalizar una parte significativa de sus atenciones y esfuerzos. Pero ya sea por genio, hiperactividad o una confluencia de ambos factores, Auerbach encuentra tiempo para todo y todo sigue saliéndole bien. Porque esta Britti, sorprendente cruce equidistante entre Diana Ross y Dolly Parton, vuelve a ser un diamante en bruto que corrobora el olfato exquisito y finísimo de su descubridor.
Como ya sucediera en ejemplos anteriores, desde Yola a Aaron Frazer, Marcus King o Early James, el infatigable benefactor de Ohio se cuida muy mucho de que el resultado de su trabajo sea tan exquisito como para que pareciese manufacturado en plena década de los setenta. En realidad, esta vez se concede alguna licencia, porque Nothing compares to you (nada que ver con Sinéad O’Connor) apunta más en la línea de la primera Sade, lo que nos coloca ya a solo cuatro décadas de distancia del momento presente. Pero Hello, I’m Britti celebra el bautismo artístico de una muchacha que llevaba ya tiempo llamando en vano a las puertas de la industria discográfica y que acumula en el ADN la suficiente información y valía como para que podamos confiar en una trayectoria próspera y nada ocasional.
Brittany Guerin nació en Baton Rouge, acabó afincándose en Nueva Orleáns y se crio entre músicas y músicos: más allá de la arquetípica historia de sus comienzos en el coro de la escuela y el de la iglesia, ha relatado cómo desde bien pequeña asistía a conciertos de Dr. John o de Allen Toussaint por invitación directa de su tío, el insigne bajista de jazz Roland Guerin. Ahí estaban los mimbres, pero la cesta no acabó de cobrar forma hasta que intercedió la casualidad, o la providencia: licenciada en interpretación musical por la Universidad de Loyola, Brittany estuvo ejerciendo como mera empleada en una tienda de instrumentos hasta que le dio por colgar un vídeo con su versión de Whispered words (Pretty lies), del primer elepé en solitario de Auerbach. Y el autor, conmovido e intrigado, decidió encontrarse en persona con la artista y acabó convenciéndose de que entre sus manos se encontraba un diamante en bruto.
Lo mejor del estreno es que, pese al padrinazgo, Britti suena auténtica y natural, en ningún caso tutelada. Y que su vibrato en Keep running resulta tan evidentemente deudor de Dolly como el soul ligero de Still gone y So tired bebe de la primera Diana solista, aquella que a principios de los setenta se había emancipado ya de las Supremes y encarnaba una elegancia tan serena como magnética. Britti aspira a ocupar ese mismo espectro emocional, borda la balada (Silly boy) y el medio tiempo, y hasta puede que en el último tercio del álbum se le vaya un poco la mano con el comedimiento. Pero la muchacha apunta a filón, y esto no ha hecho más que comenzar.