Lo de los artistas malditos puede tener un poso de épica, mística y hasta regusto literario, pero termina resultando muy poco práctico. Por eso sería muy conveniente sacar a Manolo Breis de esa franja del malditismo, de su condición de artista brillante sobre el que no parece posarse ningún foco. Bastaría escuchar un tema como “Un poco de tranquilidad” para que saltaran todas las alarmas: esa guitarra ‘pedal steel’, ese toque ligero y encantador, la sensación de que podríamos abrazarnos a esa canción y quedárnosla para siempre. Y no digamos “Algo va a ir mal”, sazonada con esa pimienta de la negrura y el derrotismo, adictiva desde su guitarra de apertura y hasta que desemboca en un estribillo largo y demoledor: “… pero te escucho y no me da / precisamente por reír”. Lo asombroso de este “M” es que constituye ya la ¡novena! grabación de su firmante, por lo que parece urgente reivindicarlo con todas las letras, despojarle de esas gafas oscuras y el sombrero para que un disco de esta exquisita elegancia no se quede en el limbo de nuestros descuidos. Manolo regaló en su día un álbum de versiones por el que desfilaban Dylan, Neil Young, Springsteen, Tom Waits, Petty, Wilco o Josh Rouse, lo que aporta pistas de por dónde van los tiros. Aquí ha contado con alguna ayuda ocasional (Joaquín Talismán, el excelente murciano Fernando Rubio), pero su ‘juanpalomización’ le lleva a asumirlo casi todo, de la mandolina al banjo, la batería o los teclados Hammond y Rhodes. El resultado es una joya, el disco que Leiva firmaría si prescindiera del piloto automático, el mejor competidor posible para Lapido. “Malos entendidos”, “Adiós”, “Días raros”: Breis no juega a ser la alegría de la huerta, pero su melódico tenebrismo acaba haciéndose fascinante.

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