No hay melómano con suficiente memoria como para procesar mentalmente todos los cambios de formación habidos en las filas de Canned Heat a lo largo de su holgado medio siglo de historia, pero ya la banda que compareció en Bonn este 13 de abril de 1998 distaba unos cuantos kilómetros de la que había dejado boquiabiertos a los asistentes a Woodstock o Monterey tres décadas antes. Todo haría pensar en un ejercicio de nostalgia para la rentabilización de una marca histórica en un garito alemán con poco pedigrí y ante las incombustibles cámaras televisivas del Rockpalast, pero estos 75 minutos de rock y blues crudos, secos, sudorosos y muy documentados no tienen un ápice de rutina. Lo deja claro el por entonces jefe de la formación, el cantante y guitarrista Robert Lucas, que brama un áspero “You people ready to boogie?” antes de pulsar ni la primera de las notas. Y lo evidencia, a medida que la maquinaria va entrando en calor, con los bramidos de Boogie music o el pellizco hondo de la armónica como aderezo quintaesencial de ‘Til the money runs out.

 

Son más de 50 los músicos que han desfilado por los Heat en estos 57 años, a día de hoy con el batería Fito de la Parra como único superviviente (en todas las acepciones). Y el cuarteto sobre el que ahora conseguimos este valiosísimo testimonio sonoro y documental dista de ser el más característico, aunque por entonces también otro de los creadores de la banda, Larry Taylor, seguía en la alineación y había asumido con ardor la responsabilidad de la guitarra principal (disfrútenlo en Iron horse, por favor). Pero Robert Lucas, hombre temperamental, poco amigo de afeites y dueño de una slide prodigiosa, sabía llevar bien las riendas y hasta aportar sustancioso material propio: ese propio “Caballo de hierro”, además de See these tears.

 

La tragedia ha sido consustancial al devenir histórico de CH, que se quedó sin el divino Alan Wilson en 1970, con solo 27 años, al que la heroína privó de Bob Hite en 1981 y que un año antes de esta visita a la televisión germánica había enterrado, en este caso por cáncer, a su guitarrista primigenio, Henry Vestine. Todo ello agranda el liderazgo en la sombre de De la Parra, soberbio a la hora de bombear sangre a todo el organismo. Y agiganta la amargura de pensar que al tosco pero demoledor Robert Lucas le quedaban pocas líneas por rellenar en su hoja de servicio: acabó tomando la puerta de salida en 2000 y una sobredosis le borraría del mapa ocho años más tarde.

 

Con todo y eso, el boogie, el rock pedestre, el blues pantanoso y enérgico y las invocaciones al jipismo de la costa californiana comparecen sobre las tablas. Después de homenajear a los “hermanos” desaparecidos al término de la ineludible On the road again, el batería presume ante el micrófono: “¡El espíritu de Canned Heat está vivo y con buena salud!”. Y para refrendarlo basta escuchar la lectura de Let’s work together, esa vieja joya de Wilbert Harrison que los Heat habían hecho propia en 197o y que Bryan Ferry acabaría popularizando como Let’s stick together.

 

Sucede a menudo en estas entregas salidas de los suculentos archivos de Rockpalast, el clásico de la WDR que lleva en antena desde 1974: parecen exiguos en cuanto a leyenda y glamur, pero arrojan sorpresas tan notabilísimas como esta. Canned Heat seguían tomándose muy en serio a su paso por la sala Biskuithalle y acaban quemando todas las naves con los 17 minutos de delirio, digresiones, catarsis y solos desaforados de Woodstock boogie. Y todo antes de un final enorme y doloroso, el de ese Amphetamine Annie tan premonitorio sobre la terrible relación de la banda con las sustancias más traicioneras.

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