Podríamos formular la broma de que Eliseo Parra ejerce de Juan Palomo en este trabajo, pero ya se la atribuye él mismo en el propio texto introductorio. Cantar y batir, título simbólico y precioso, es, en efecto, un reto rigurosamente solista: solo voz y percusiones, Eliseo sin aditivos (esos no los ha necesitado nunca) ni compañía. Un ejercicio no ya solitario, sino profundamente audaz, osado, originalísimo. Porque el gran maestro del folclor ibérico se permite en este juego las segundas y terceras voces, siempre suyas, y la multiplicidad de panderetas, panderos cuadrados o almireces, pero ni un solo instrumento armónico, y mira que siempre le ha caracterizado un gusto exquisito con la guitarra entre las manos.

 

El resultado no es ya pintoresco, sino fascinante. Un verdadero hallazgo que agranda aún más el magisterio de este pionero que, a sus 71 años recién cumplidos, sigue ejerciendo de curioso impenitente, renovador sagaz y divulgador excepcional de un legado del que ni la modernidad social ni la institucional son remotamente conscientes.

 

Cantar y batir es, en gran medida, un hijo más en la creciente gran familia pandemial del confinamiento. Parra figura al frente de la acaso mejor banda del folk ibérico de todos los tiempos, con pilares pasados o presentes como Josete Ordóñez, Eduardo Laguillo o Xavi Lozano, pero el inédito encierro le sorprendió en su cuartel general, en las orillas segovianas del Eresma, y la disponibilidad de tiempo propició que prendiera la mecha creativa. Casi a la manera de su admirado McCartney, por cierto. Explica que empezó pensando en un disco “puro, simple y esencial”, intentando tocar y cantar como tantas viejitas a las que ha visto, frecuentado y documentado a lo largo de las décadas. Pero en ese momento surgen el genio, la inquietud, el hallazgo. Y la multiplicación de la propia voz, a menudo con notas graves pedales pero también con segundas voces armónicas, genera una nítida sensación de cosa nueva. Folk ancestral con un chispazo de doo wop y bandas a capela. Y con el aluvión de la polirritmia, muchas veces a través de esos fascinantes compases quebrados o de amalgama que se documentan en Aksak (“Cojo”, en turco), una de las más valiosas joyas en esta colección.

 

Quedan de esta manera reinventados los saberes populares de la Peñaparda salmantina (En Granada), la inagotable Maragatería leonesa, los charros de Aliste, el sureste madrileño (sí, también pervive folclor regional en Madrid)  o esa comarca zamorana de Sanabria que tantas alegrías ha procurado al propio Eliseo y otros obstinados bebedores en las fuentes de la tradición. Encontraremos coplillas mordaces, pícaras o enternecedoras (De Luena a CarriedoMaragato pato), incluso letras tradicionales, como la preciosa A dibujarte, para las que nuestro maestro de Sardón de Duero ha creado nueva música en ritmo de seguidilla. Y nos falta aún el gran colofón atrevidísimo que es la lectura en clave terruñera de Mediterráneo, ese clásico de Serrat que pensábamos haber escuchado mil veces pero que ahora contemplaremos también desde un ángulo inédito, ingenioso, nunca antes concebido.

 

Que nadie piense en un disco sesudo, solo para investigadores o entendidos de gafa gruesa. Cantar y batir es una fiesta, una celebración del saber popular, una demostración de que el genio no se circunscribe solo a la exhibición de artillería, vatios y decibelios. Nunca ha sido Eliseo cosa menor, pero seguramente nos encontremos aquí con lo más brillante que ha salido de sus labios, y de sus manos, desde los tiempos de su irrebatible trilogía magna, la de Tribus urbanas (1998), Viva quien sabe querer (2002) y De ayer mañana (2005). Una alegría para el oyente, y no digamos ya para el oído.

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