Muchos de los impulsores del sonido Canterbury han negado sistemáticamente que dicha escuela existiese como tal. Pero si hubo un símbolo de toda aquella corriente, aceptemos o no la catalogación, lo encontramos en el fascinante cuarteto que comandaba Pye Hastings y nació de las cenizas de Wilde Flowers, la banda a partir de la que Robert Wyatt y Kevin Ayers darían forma (preparen las letras mayúsculas) a Soft Machine.

 

Hastings y sus chicos habían sido rechazados por Chris Blackwell para el floreciente catálogo de Island, por entender que el vocalista de la banda (es decir, el propio Pye) era “basura”. En fin: ni siquiera los grandes visionarios andan siempre con el radar bien sintonizado, por lo que aquí mismo se puede corroborar. Algún mechón de pelo arrancado le terminaría costando.

 

Caravan, este debut absorbente, se vio enriquecido por la amplia experiencia en directo que la formación había acumulado ya cuando en octubre de 1968, por fin, el sello Verve Forecast les habilitó los estudios Advision de Londres. Esa división discográfica, por proseguir con las calamidades, desapareció del Reino Unido a los pocos meses, con lo que el grupo se esfumó de las estanterías en el peor momento posible. De lo contrario, entran serias tentaciones de pensar que este estreno habría quedado en la memoria a la altura, o por encima, de The piper at the gates of dawn, de Pink Floyd. No tenía nada que envidiarle en intensidad psicodélica, pero era más consistente: no hay manera de olvidar el órgano de David Sinclair, que ya ponía un pie en ese universo sinfónico que aún balbuceaba, y del que apenas se conocían los primeros escarceos de Robert Fripp previos a King Crimson.

 

Llegarían discos abundantes bajo este epígrafe de Caravan, alguno de ellos seguramente más carismático. Todo eso es verdad. Pero cuesta imaginar con qué podríamos igualar esa magia primeriza de los nueve minutos de Where but for Caravan would I? O cómo llegarle a la altura a ese lirismo instantáneo de Place of my own y su contrapunto, Ride. O la candidez encantadora que encerraba Love song with flute y que se correspondía, claro, con su título: Jimmy Hastings, hermano de Pye, fue quien asomó por el estudio para facturar el preceptivo solo. Cómo no quererles a todos ellos.

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