Habíamos acumulado pruebas en abundancia sobre el carácter sagaz de Alex Giannascoli, un muchacho que aún no ha cumplido los treinta pero lleva una década ofreciendo álbumes pasmosos y alejados de cualquier sonido convencional. Pero este God save the animals, que ya es el noveno, supone el salto definitivo, la triple pirueta mortal. Prepárense para uno de los discos más absorbentes e inclasificables de 2022, una colección abrumadora de canciones raras pero adictivas, de melodías sinuosas y seductoras a la vez. 13 páginas para saltarse las urgencias propias de estos tiempos en los que prevalece la cultura del usar y tirar; aquí, en God save the animals, recuperaremos aquel viejo placer de exprimir un disco, una vez tras otra, hasta sabérnoslo de memoria.
Alex G creció en la cultura del lo-fi, pero ya en su anterior trabajo, el sencillamente fascinante House of sugar (2019), decidió que su universo raro e inabarcable podía encontrar acomodo en los estudios convencionales de grabación. God save the animals implica un enorme paso adelante en ese sentido, puesto que abraza una obsesión concienzuda por los efectos de sonido, el trabajo de estudio y el detalle minucioso para los audiófilos: el resultado final proviene de seis ingenieros distintos de grabación e incluye múltiples travesuras en cuanto a frecuencias manipuladas, distorsiones de voz y balances extraños en la mezcla del canal izquierdo y el derecho. Y todo no con ánimo de parecer estrafalario, sino de convertir la escucha en una experiencia absorbente, desconcertante, incluso trascendental.
Lo de la trascendencia encaja bien con el sutil tono religioso que recorre todo el álbum y su declaración de amor hacia nuestros compañeros no humanos en esta singladura por la vida terrenal. Y la religiosidad le emparenta igualmente con otro genio contemporáneo, Sufjan Stevens, al que recuerda en los momentos más acústicos y entrañables, desde Mission a Miracles, o en las voces duplicadas y casi susurradas de Ain’t it easy.
El parentesco de Giannascoli con Elliott Smith –la fragilidad, la emoción, la melodía escurridiza– sigue siendo ineludible, como en la práctica totalidad de su discografía. Pero a todos esos ingredientes de alta cocina se les suma ahora la experimentación, las voces grotescas y manipuladas con autotune (S.D.O.S.), la fascinación por los arrebatos rítmicos (Cross the sea o No bitterness, donde repite una y otra vez, a modo de mantra, el mismo verso único), la sustitución de la melodía por la exhalación de Blessing. Todo en God save… discurre como un glorioso estallido de imaginación irrefrenable y recala inesperadamente en un episodio final, Forgive, de tono bondadoso y esperanzado, reminiscencias a Neil Young incluidas. “Perdona el ayer, yo elijo el hoy”, recapitula Alex. Y nosotros abrazamos la idea antes de volver a pulsar el play y zambullirnos, una vez más, en estos 45 minutos prodigiosos.
sin duda, merece mas de 1 escucha. muy de acuerdo con la referencia a sufjan stevens