Jorge Malla Valle viene siendo, durante treinta y muchos de sus 52 años, el protagonista de una de las trayectorias más coherentes, ricas y admirables que ha conocido la música popular en España. Comenzó muy joven y con ese aspecto aniñado que le hacía parecerlo aún más, en un momento en que su condición de émulo stoniano le convertía en un personaje entrañable y prometedor, pero ha sabido crecer, proyectarse y –aunque siempre inspire recelo ese verbo– madurar hasta erigirse en imprescindible. No, no es hipérbole: nos sobran los dedos de una mano para contabilizar artistas españoles que puedan afrontar una caja antológica de ¡cinco! cedés y salir airosos de una retrospectiva tan exhaustiva. Coque es, y aquí queda acreditado, uno de esos escasísimos ejemplos.

 

El astronauta gigante sirve como retrospectiva, compendio y homenaje, pero también dimensiona a un artista que siempre quiso también ser autor y que, dejándose aconsejar y acompañar, ha conferido un indudable marchamo personal a todo lo que ha afrontado. Parecía llamado a ser ídolo juvenil, un melquetrefe con encanto y carisma de serie, grabados en el ADN: sus progenitores eran el director teatral Gerardo Malla y la actriz Amparo Valle, dos referentes escénicos adorables. Pero el pipiolo que soñaba con parecerse a Mick Jagger ha terminado siendo muchas más cosas que eso. Pegando el gran estirón. Arriesgándose a crecer, evolucionar y equivocarse. Más meritorio aún: esta antología gigante refrenda que no hay grandes pasos en falso en su hoja de servicios, y sí las muchas transmutaciones de quien ha acabado siendo más Bowie que Satánica Majestad.

 

Ese proceso se documenta a lo largo de los dos primeros cedés, espléndido y nutrido compendio de 36 cortes que van del alboroto jovial de Los Ronaldos al hombre ecléctico, documentado, sentimental y coherente en su madurez que conocemos ahora. Es un repaso que evidencia también su travesía del desierto, esos primeros escarceos en solitario durante los que Coque perdió el favor del aplauso y el foco, en busca de un público que tampoco tenía claro qué esperar de él. Y que, como en las buenas grandes recopilaciones, aporta un par de composiciones nuevas para bendecir la ocasión. Las dos, sustanciosas: El crac universal, reflexión de inquietudes pandémicas y vitales, y la maravillosamente nostálgica Una sola vez, una suerte de bolero retrospectivo que sirve a la vez como balance vital y conjuro para mirar hacia adelante. Bien, muy bien.

 

Asombra aún más caer en la cuenta de que a Malla le ha cundido tanto el tiempo como para que los dos discos sucesivos de la caja, el tercero y el cuarto, le retraten a través de ¡28! colaboraciones con aliados de todo pelaje y condición. Estas dos entregas justifican el valor de El astronauta gigante como mucho más que un artefacto con la mirada puesta en el mercado navideño. Porque cualquier buen aficionado a Coque, y no solo el circunstancial, agradecerá completar su colección con esta catarata de grabaciones dispersas y de pelaje variadísimo. Más aún si completamos el menú con el quinto y definitivo cedé, heterogéneo mejunje de rarezas, maquetas inéditas, grabaciones en inglés, incursiones cinematográficas y televisivas, versiones alternativas y hasta un par de piezas grabadas en la madrileña sala El Sol dentro de un homenaje a Lou Reed.

 

Aun entre quienes hayan seguido con atención la trayectoria del madrileño les sorprenderán las dimensiones casi inabarcables de su fondo de armario. Y lo mejor es que esta quíntuple antología parece lejos del compendio definitivo y se antoja balance provisional en mitad de la travesía. Esperemos, con gusto, nuevos acontecimientos.

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