Una advertencia previa, antes de que cometamos el lapsus típico: no confundamos a Copper con Cooper, por colocar a cada cual en el estante adecuado. Y una sugerencia encendida: déjense llevar por el título de este álbum y acérquense, aunque sea por puro instinto, a estas 11 canciones. Sería un pecado dejarlas esfumar, perderlas en el vaho digital, porque su poso es denso y profundo. Hay pocas referencias sobre David, cantautor eléctrico que a finales de la década pasada entregó dos álbumes de los que casi nadie se quiso enterar (“Kilómetro cero”, 2007; “Cuentas pendientes”, 2009) y que ha vagado con estas nuevas canciones durante largos años, como si de pronto a todos nos hubieran salido tapones en los oídos y a él solo le quedara la ingrata tarea de clamar en el desierto de la meseta castellana. Porque, digámoslo ya, “Corazonada” es el órdago de un escritor de canciones espléndido; un pedazo de corazón y alma, intuimos que grande, a cargo de un observador preciso, sincero y confesional que enreda sus versos en melodías atemporales. No deja de ser sintomático) que otra ilustre ignorada, Merche Corisco, se involucre en un dúo estupendo, “Culpable”. Copper bebe en las mismas fuentes de Lapido, Antonio Vega o Quique González (aunque a este último no le suele gustar que busquemos su huella en otras voces), y se sincera con frases preciosas sobre los estragos del calendario: “Vuelvo a casa, me preparo algo y recuento a los amigos”, anota al final de “Ángeles o demonios”. El violín de “Tesoros” nos conduce hasta el Neil Young más campestre, pero en general esta colección “más de golpes encajados que de flores que guardé” (“Corazonada”) es un hallazgo de primera magnitud.

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