Pero ¿dónde demonios se había metido durante todo este tiempo Javier Paxariño? El flautista y saxofonista granadino se consolidó durante años como uno de nuestros instrumentistas más admirables (y admirados) en lo referente a las músicas de fusión, el jazz, los sonidos étnicos y hasta la new age, pero hace tiempo que el foco dejó de fijarse en su figura y corríamos el riesgo de perderle la pista, de cometer la injusticia flagrante de no incluirlo en nuestra nómina de artistas españoles innovadores y predilectos. Ahora regresa, y esta es una gran noticia, a los estudios de grabación con este Raíces y alas, un álbum espoleado en realidad por el recuerdo de otro, Espacio interior (1988), su admiradísimo debut discográfico, que no había conocido hasta la fecha, por insólito que parezca, una edición en cedé. Y así, con la excusa de rescatar aquella preciosidad que en su día publicó Warner, con Suso Saiz como productor y Eduardo Laguillo, Vicente Climent, Tino di Geraldo y Pedro Estevan como músicos involucrados (un irrepetible dream team de nuestras músicas instrumentales), Javier se anima a reaparecer con un disco extenso y ambicioso, una obra compuesta íntegramente en primera persona y en la que late un evidente deseo de reafirmación, el ansia por constatar que a sus 66 primaveras conserva un discurso emotivo, la calidez sonora de amplio espectro geográfico que siempre le caracterizó y la necesaria puesta al día en cuanto a programaciones y sonidos digitales propios del siglo XXI. Su brazo derecho ya no es Saiz, que dedica todo el tiempo a su obra personal, sino Sergio Salvi, el italiano involucrado en el dúo de pop electrónico Delaporte y productor de estas 12 nuevas composiciones, a las que aporta pianos, teclados y programaciones, e insufla frescura, actualidad y hasta descaro. Porque Javier puede sonar en modo de trance oriental (los ocho minutos de Shambu, el título más extenso del lote), acercarse a un lenguaje más puramente jazzístico (Salta la tarántula) o dejarse envolver por el ambient en Cruzando el laberinto, corte especialmente emocionante porque sirve como despedida para el amigo Juan Alberto Arteche, que había dejado grabados un buzuki y un sintetizador. En todas las modalidades posibles, Paxariño sigue recordando a Paxariño. Y haber erigido una personalidad tan distinguible lejos del formato canción y la voz humana resulta particularmente meritorio. Un gusto tenerle de nuevo rondando por aquí, maestro.

 

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