“Soy una especie de cantautor, pero con un poco más de marcha”. El autorretrato que ofrece Jonathan Pocoví a modo de presentación no anda escaso de sorna, lo que siempre vimos como un espléndido punto de partida. Lo misterioso es que este valenciano de 45 años siga habitando ese angosto y restringido limbo de los “círculos de entendidos” a la altura de su tercer álbum, de material muy sólido, producción espléndida y padrinos de alto copete. Quién sabe si ha pecado de discreto o de periférico, o si simplemente le fue esquiva la suerte hasta ahora, pero Pocoví merece un hueco clamoroso en la primera división de nuestra canción con firma propia. Y este fino alegato en pro de la desobediencia (intelectual y civilizada) debería romper de una vez ese halo de anonimato que le ha venido rodeando hasta ahora.

 

Jonathan canta bien, escribe aún mejor, se rodea de músicos espléndidos, confía a Javier López de Guereña (el lugarteniente mayor de Krahe) los suculentos arreglos de metales y reúne a dos voces con muchísimos galones, las de Santiago Auserón y Javier Ruibal, como invitados de postín. ¿Se puede pedir más? No: solo la oportunidad de ser escuchado. Ahí se refrendará la minuciosidad de una escritura que hila fino, mira a Latinoamérica y encuentra en Auserón/Juan Perro, precisamente, su referente primordial. A veces, hasta en el timbre de la voz; a menudo, en la inflexión de las frases. Hasta la rima por esdrújulas en Automático, el excelente primer corte, es eminentemente juanperrista.

 

El negocio de la música, el tema con el ídolo zaragozano, repasa las bestias negras del gremio (los representantes, la promoción, el público, la crítica, el ninguneo) a partir del humor y no de la autocompasión. Pero el gracejo aún es más desopilante en El gimnasio, la única letra que delega: nadie puede superar en guasa a Javier Ruibal, que comparte honores en esta crónica sobre los horrores de esas máquinas de tortura para tonificar nuestros cuerpos depauperados. La historia es impagable: el protagonista, desesperado por sus fracasos, acaba llevando a su gimnasio a los tribunales y adelgaza más con el trajín judicial que con la bici estática.

 

Más allá del relumbrón de las firmas ilustres, no deja Jonathan margen al flanco débil. El vals titular es una preciosidad afrancesada (acordeón y serrucho, ambos a cargo de Carlos Sanchis) que invita a dejar de quejarnos en el refugio de la habitación para “patalear”. Zapatear en lugar de asumir una nueva trágala. Pero aún es más exquisito otro ritmo ternario, Todas mis vidas, que echa el talón en formato de guitarra y voz.

 

Es la excepción desnuda, porque el trabajo es un dechado de arquitectura sonora medidísima. El inalcanzable Luis Prado rubrica algún piano, las programaciones corren por cuenta de Vicente Sabater y, en general, la plana mayor levantina asoma aquí y allá, incrementando lustre y solvencia. Quizá escuchar un álbum tan inteligente sea, frente al reguetonismo, un sabio ejercicio de desobediencia.

14 Replies to “Jonathan Pocoví: “El vals de los desobedientes” (2021)”

  1. Excelente disco de Jonathan Pocoví: Letras, arreglos e interpretación. Es la prueba de que el pop no está reñido con la inteligencia, la elegancia y la finura ¡Felicidades!
    Busquen los dos discos anteriores de este original músico valenciano, no se arrepentirán.

  2. Sabía que Jonathan escribe bien, compone bien, toca bien, canta bien… con este disco vemos que también baila bien (en fotos al menos). Coincido en que los 3/4 del disco son espectaculares. Le deseo lo mejor.

  3. Lo que más me gusta de tu idea es la posibilidad de descubrir autores o canciones que no conocía, y con este paisano mío me he sorprendido mucho y de forma muy grata. Tus análisis siempre frescos y rigurosos.
    Gracias

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