El sosiego es un anhelo recurrente en esta vida moderna, pero más aún en tiempos de zozobra y desconcierto como los que nos han correspondido. Y es precisamente en ese contexto temporal en el que este Local valley cobra un valor aún superior al intrínseco, que ya de por sí sería muy elevado. La fórmula de los sonidos acústicos, la guitarra con cuerdas de náilon arpegiada en círculos armónicos y la voz frágil y doblada ha sido imitada con insistencia durante los últimos lustros, pero José González ostenta en gran parte la patente. Y reencontrarnos con él equivale a la familiaridad de esa primera bocanada de calor cuando abrimos, después de un tiempo de ausencia, la puerta principal de nuestra casa.

 

El sueco de sangre argentina llevaba seis años sin entregar material de estreno, después de aquel sensacional Vestiges & claws (2015) con el que le habíamos visto por estos lares las últimas veces. Podríamos pensar que la pausa le servía para reformular su discurso, pero ha hecho lo contrario: reincidir en él, radicalizar su apuesta por la belleza prístina. Quién sabe si las turbulencias del mundo han acentuado su necesidad de este trabajo abstraído, contemplativo y reflexivo, casi existencial. No hay aquí cuentas que saldar con nadie, más allá que con la piel de uno mismo. Esa apuesta por la mirada anterior se refrenda con una apertura en castellano, El invento, una elección infrecuente que, por eso mismo, agradecemos por partida doble. Y se incrementa con el fondo ornitológico de Visions, puro ensimismamiento bucólico como no recordábamos desde los tiempos de los británicos Heron.

 

Voces y guitarras: una alianza difícil de competir si son hábiles las manos. El de Gotemburgo varía ligeramente la fórmula en la segunda mitad del álbum, más abierta a la eclosión rítmica. Valle local vuelve al castellano para una pieza que no suena latina, sino netamente africana, propia de quien conoce la tradición desde Ali Farka Touré a las bandas locales de Soweto. Tjomme regresa al continente negro, pero más pintoresco aún se hace el caso de Swing, con ritmos electrónicos y una cierta sensualidad bailonga que solo se puede saludar con una sonrisa de oreja a oreja (¿a que no se imaginaban a González repitiendo, con su voz trémula, “Move your body, body”?). José, en definitiva, regresa a la casilla de salida. Las sorpresas son mínimas, pero la sensación es inmensamente reconfortante.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *