Hay muchos elementos atípicos en esta nueva entrega de los chicos de La Maravillosa Orquesta del Alcohol, y no nos referimos solo a esa portada marciana, completamente en blanco aunque con una ventana que deja ver la grisácea galleta del vinilo. Nuevo cancionero burgalés aporta la muy relevante novedad de unas letras que por primera vez no firma la banda sino que se toman prestadas de coplillas burgalesas recogidas de la tradición oral a principios del siglo XX. Pero más allá de esta circunstancia insólita (y jugosa), el álbum sobre todo parece un revulsivo frente a su antecesor, Ninguna ola, que añadía al tono súbitamente sombrío su publicación en diciembre de 2020, con la pandemia complicándonos mucho la vida y el calendario de conciertos reducido a la mínima expresión. Demasiadas circunstancias adversas para un septeto acostumbrado hasta ahora a exhibir un carácter arrollador y expansivo.
Ninguna ola era un álbum valiente e intrigante que se ha quedado solo en incomprendido, en el primer gran borrón en popularidad para la hasta ahora fulgurante trayectoria de La MODA. Así que Nuevo cancionero… juega la baza del antídoto y se presenta como todo lo contrario. La procedencia tradicional de las letras aporta espontaneidad, inmediatez y encanto terruñero instantáneo. Y el sonido se acelera y electrifica, además de recuperar el poso folkie de los primeros tiempos. Más acordeón, banjo y guitarras eléctricas; menos chiribitas electrónicas. Más Oysterband o Levellers, ni gota de Refree.
El carácter expeditivo se refleja incluso en la inaudita brevedad de la entrega, apenas ocho canciones que se ventilan en menos de 25 minutos. Un gesto de urgencia, sin duda, aunque no exento de contraindicaciones: no solo por lo que implica de racanería, sino por la paradoja de que la banda haya abordado un proceso de investigación a partir de dos grandes cancioneros de referencia (Folk-lore de Castilla o Cancionero popular de Burgos, por Federico Olmeda, de 1903; y Colección de cantos populares burgaleses, editado en 1932 por Antonio José) para ventilarlo de una manera tan sumarísima.
Hablamos, por tanto, de algo que se parece mucho a un EP o un minielepé, pero la gran noticia es que sus contenidos son exultantes. El perfil afilado de un productor como Gorka Urbizu aflora en la sensacional Miraflores, que parte del folk-rock para quedarse a las puertas del punk. Y ese endurecimiento del sonido, siempre más bullicioso y alborotado, incluye sorpresas como la de Tiempo de despedirse, que comienza como una letanía lentísima para desatarse de la forma más inesperada.
Nunca guitarras, bajo y batería habían sonado con tanta prevalencia en la discografía de nuestros siete maravillosos del barrio de Gamonal, que se muestran alborozados en Mañana voy a Burgos, galantes y encantadores con Canción de cuna y más melódicos que nunca con La molinera, que cualquiera confundiría con una pieza tradicional también en el capítulo musical. Tampoco recordábamos la voz de David Ruiz tan envalentonada, frente a esa rugosidad que empezaba a volverse algo incómoda.
La edición del vinilo –demorada dos meses respecto a la publicación digital– ha acabado coincidiendo con los arrolladores seis llenazos de La MODA en La Riviera madrileña, donde se pudo constatar el vigor de este material sobre las tablas. Era de prever, porque este giro trad resulta muy adictivo. Por todo ello, no nos importaría ni un poco que fuera más prolongado.