La música irlandesa de ascendente tradicional siempre ha estado ahí, como un valor seguro, como un refugio para inversores de talento. Pero llevábamos una larga temporada sin que apareciese una formación verdaderamente deslumbrante, refulgente, de esa que reorienta los focos y devuelve a la Isla Esmeralda al fragor de los titulares. Con Lankum, sin atisbo de duda, la espera ha finalizado. El boca a oreja que está suscitando este segundo trabajo (antes hubo otros dos bajo el nombre de Lynched) supone un fenómeno fascinante, la constatación de que los verdaderos acontecimientos, aun oscuros y envueltos de intriga, no llegan a pasar inadvertidos. El cuarteto dublinés acredita una excelencia sonora como por aquellas tierras no recordábamos desde Kíla, quizá sus antecesores más evidentes. Pero, en una vuelta de tuerca respecto a ellos, apuestan de manera más clara por las piezas vocales (aunque se permitan ensimismamientos instrumentales con frecuencia) y se embarcan en excursiones por los territorios de la psicodelia o, mejor aún, del trance. Solo así podemos concebir una apertura tan fabulosa como The wild rover, diez minutos largos en los que apenas se registran movimientos armónicos, sino solo una prolongada letanía; lejos de producir fatiga, genera una involucración absorbente, una integración del oyente en el paisaje. En realidad, cinco de los ocho cortes de este trabajo superan los siete minutos, pero abducen como auténticos imanes. Y alternan la reinvención de piezas tradicionales, con varios siglos a cuestas, con originales tan fantásticos que cuesta distinguir los unos de los otros. The young people, por ejemplo, nos permite asistir a un maravilloso duelo vocal entre los hermanos Ian y Daragh Lynch, mientras que podemos disfrutar en todo esplendor de la voz de Radie Peat, no alejada de las de Linda Thompson o Norma Waterson, en la lenta y conmovedora Katie cruel. El tiempo se detiene con obras así, tan hundidas en las enseñanzas de los ancestros y tan rabiosamente vanguardistas y, de paso, universales.

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