Cada nuevo disco de Luis Pastor se parece bastante al reencuentro con un buen amigo de nuestros años mozos. Hacen falta pocas presentaciones o prolegómenos: la familiaridad y la conexión surgen de manera casi instantánea, incluso aunque la ausencia se haya prolongado más de lo deseable. Con La paloma de Picasso nos sentiremos a nuestras anchas. Un disco hermoso, muy hermoso; delicado, poético, comprometido con la palabra y la lírica. Un disco sereno. Un disco, bien se ve, extemporáneo.

 

En tiempos tan vocingleros como los que nos acogotan, Pastor y su nuevo cancionero se erigen en arrullo. Conserva una voz magnífica, ahora algo más rasgada. Es tan clásico como contemporáneo, porque ha alcanzado la atemporalidad en sus maneras de escribir (que son también maneras de vivir, que diría el roquero). Y sigue siendo un hombre cabalmente comprometido. No solo con sus ideas, que las conocemos de siempre porque nunca quiso disimularlas, sino sobre todo con la belleza. Y nada como la poesía para erigirla en protagonista principal: de ahí que, además de los versos propios, asomen por aquí los de Lorca, Benedetti o Miguel Hernández.

 

Ese sentido de hermandad se extiende a la ilustre nómina de voces invitadas, a cual más irreprochable: por orden de aparición, Ismael Serrano, Rozalén, Pedro Pastor, Carmen Linares y Javier Ruibal, porque sería un pecado dejarnos en el tintero a alguno. Todos aportan y destacan; nadie queda ensombrecido o relegado. Son tan sólidos y reconocidos que ya damos por hecho su buen hacer. Pero no perdamos de vista a Pastor hijo, el menos consolidado a día de hoy: Pedro y su banda, Los Locos Descalzos, son un tesoro en ciernes, siempre con un pie en contacto directo (¡fuera zapatillas!) en el continente hermano. Escuchen Abril del desamor y lo verán claro.

 

Recupera Pastor padre una preciosidad absoluta, Náufrago de las estrellas (2005), de su cómplice portugués João Afonso: otro hijo admirable de padre ilustre. Y refrenda su amor por la esfera lusitana con Verde cabo de mis ojos, evidente homenaje a la tierra de Cesaria Évora para el que el ubicuo Diego Galaz vuelve a hacer diabluras, esta vez con violín y mandola. La paloma de Picasso es un canto al encuentro, un remanso. Definitivamente, el disco que los amantes del grito y los propagadores del odio jamás tendrán entre sus manos. 

 

Aquí puedes leer la crítica de ‘Vulnerables’, de Pedro Pastor y Los Locos Descalzos (abril de 2019)

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