Se titula Emocional y el bautismo está bien traído. Pero también podrían haber optado por Visceral y la elección tendría toda su lógica. Los sevillanos Victorias han dejado salir de golpe toda la energía, rabia y estupefacción acumuladas seguramente a lo largo de muchos meses, y el efecto es como el de unas compuertas que se abrieran de manera súbita y liberasen un caudal infinito que corre sin control montaña abajo.

 

Las aquí reunidas son 12 canciones directas, efectivas, incluso efectistas. Poderosas y también empoderadas. A menudo, francamente adictivas. Estupendas para enfervorizarse, propiciar el alivio, el abrazo y la empatía. Son canciones de amor (o desamor, nunca se sabe) y de estupor, encorajinadas y sin ánimo de camuflar la mala baba. Historias de encabronamientos (La mitad de la mitad, Baila este cabreo) que se desbocan pese a la esperanza, siquiera remota, de encontrarles paliativos. Canciones escritas quizá con alguna lágrima en los ojos y volcadas sobre el cuaderno y en el local de ensayo con una verborrea de catarsis y conmoción. Transparentes, elocuentes, vulnerables. Y a calzón quitado. Sin trampa ni cartón, sin filtros ni aditivos. Canciones de esas que, como decía la película del más joven de los Trueba, parece que hablaran sobre ti, por mucho que constituyan retratos fidedignos de estos cuatro muchachos corajudos y, sí, francamente talentosos.

 

Aúnan nervio y músculo estos Victorias, que ya habían combatido cualquier atisbo de indiferencia con un debut fibroso y de mandíbula prieta (Un puño amable, 2022) y que ahora renuevan votos en la búsqueda de ese pop-rock directo y con chispa, pero nunca evidente, vago ni tontorrón. Funciona muy bien la voz vitamínica y enfática de Ire Díez, que a veces tiene algo de alter ego de Santi Balmes, mientras que las guitarras de Rafa López aportan la pompa; la batería de Juanma García, la circunstancia, y el bajo de Christian Lancharro, ese aderezo sutil de la distorsión. Sufrirán con las congojas sentimentales y con la vida misma, como todo hijo de vecino. Pero compartir sus desvelos les hace potencialmente grandes a ellos y nos acerca pálpitos y emociones a quienes arrimemos el oído.

 

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