No era el más joven ni fotogénico, pero ningún debut nos gustó tanto en 1991 como esta entrega homónima de Marc Cohn. Un perfecto desconocido, un cantautor barbudo proveniente de Ohio y del que no disponíamos de una sola referencia previa, se ponía al frente de una formación con órgano Hammond y coro góspel para dar forma a Walking in Memphis, una tarjeta de presentación como ningún amante de los sonidos adultos podría imaginar más óptima. Es reescuchar aquella introducción con las teclas de ébano y marfil y teletransportarnos a unos tiempos de esperanza y sosiego, a un momento en que el devenir de la humanidad parecía poder escribirse con la belleza serena de la mejor poesía.

 

Cohn refrendaba que el pop se podía llevar divinamente con el piano, como cinco años antes nos había avalado Bruce Hornsby. De paso, honraba el mito de Elvis con mucho más tino que aquel descolorido Calling Elvis con el que Dire Straits regresaron en aquel mismo 91 para desvanecerse ya definitivamente. Pero Marc Cohn iba mucho más allá en su flamante condición de revelación irrefutable, un pálpito que recordaba al que nos había asaltado, apenas tres años atrás, cuando se había cruzado en nuestras vidas el nombre de otra debutante a la que ya albergaríamos en la memoria para siempre: Tracy Chapman.

 

Este estreno igualmente homónimo reunía 11 canciones sin flancos débiles, entre las que primaban los tiempos medios ligeros (Ghost train), las baladas en la órbita del soul (Dig down deep), los esbozos minimalistas (Strangers in a car) y la rendición amorosa de True companion. Ese era justo el cierre de seda para un trabajo impecable, asombrosamente atemporal: tanto, que parecía nacido a caballo entre los sesenta y setenta y del que ahora, tantas décadas más tarde, seguimos disfrutando como los chavalillos que éramos y ya nunca seremos.

 

Poco después se granjeó cierta popularidad un canadiense estupendo que recordaba a Cohn y al que acabaríamos perdiendo la pista: Marc Jordan. Con Marc sucedió algo parecido: comenzó a espaciar las secuelas, que en ningún caso enamoraban como este estreno (The rainy season, en 1993; Burning the daze, en 1998; Join the parade en… ¡2007!). La década de los 10 resultaría particularmente aciaga: no sabíamos de él desde 2010, con una tibia colección de versiones de su año favorito, “Listening booth: 1970”, hasta que en 2019 firmó un atípico y poco divulgado álbum de versiones junto a sus ancianos amigos de The Blind Boys of Alabama. Todo muy exiguo. Pero Marc Cohn no se nos desdibuja de la memoria, qué va. Ni un poquito.

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