¿Cómo olvidar el impacto que nos provocó a tantos, por no decir a todos, el estreno de Tracy Chapman? Por favor, atrevámonos a hacer memoria. Raro era el refugio nocturno en el que el pinchadiscos no recurriera a Fast car como garantía de catarsis. Palabra. El pellizco sobre una guitarra acústica como sinónimo de alborozo, coraje, llamada a la acción. Electricidad, incluso, aunque incurramos en flagrante paradoja. Pero la propia Tracy era paradójica desde el momento mismo en que contravenía todas las convenciones, no se adecuaba a nada de lo que podíamos barruntar.

 

¿Cómo olvidar, por ejemplo, el comienzo de este álbum? ¿Quién podía soñar con un estreno así? Talkin’ about a revolution parecía conducirnos hacia una actitud firme, belicosa, de voz alzada; pero en esas llegaba aquel segundo verso demoledor (“…but it sounds like a whisper”) que la Chapman abordaba, efectivamente, susurrando. No lo habríamos sabido explicar entonces, pero era la confluencia perfecta entre contenido y continente. Igual que tampoco acertábamos a comprender el gesto de dignidad y sufrimiento de esta mujer de las camisetas de tirantes, mucho antes de que estuviéramos familiarizados con el 8M, el empoderamiento, la segregación racial, la causa arcoíris.

 

Este debut homónimo aunaba fuerza, rabia, lirismo, talento. Era, si no revolución, una verdadera revelación. La de Cleveland pegaba un manotazo en la mesa frente a la América de Reagan, aunque entonces aquello fuera complicado de advertir. Y encima incluía aquella balada pluscuamperfecta, Baby can I hold you, con la que hasta parecía fácil enamorarse y ser correspondido. Pero merecía la pena sentir también debilidad por la cara B, sobre todo gracias a If not know: tan queda, tan sutil, tan suspendida en la línea del tiempo que sería imposible datarla con una sola escucha. Seguiríamos luego disfrutando de Tracy con el difícil-segundo-disco, Crossroads, y hasta con alguno posterior, como Telling stories, ya entrados en el año 2000. Pero nunca el enamoramiento es como la primera vez. Y en rara ocasión es prudente, o aconsejable, la reincidencia.

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