La felicidad como un arte nada frívolo. O de cómo ser optimista y, a la vez, extraordinariamente elegante. Es probable que se nos pierda en la memoria la última vez que pronunciamos una frase parecida a “Algo bueno va a suceder”, pero con este cándido y evocador quinteto británico entran ganas de creer en el pensamiento positivo como una opción plausible. Y hasta de sonreír mientras nos empachamos de sintetizadores mullidos y la voz tenue, afable y evocadora de los mejores años ochenta que exhibe Abi Woodman. Una muchacha que, claro está, en aquella época no era aún ni lejano proyecto de ser humano.

 

Something good… es un álbum ligero, liviano y sin aspiraciones trascendentales; un catálogo de anhelos, esperanzas y frustraciones de unos muchachos veinteañeros que están en la edad de la gente soñadora y enamoradiza. Ellos canalizan esas expectativas vitales a través de un puñado de canciones radiantes y a veces hasta bombásticas, aunque más propicias para mover el pie antes que descoyuntar ninguna cadera. Y con margen también para baladas confortables y absolutamente encantadoras; ahí está See you again para demostrar que pueden aminorar la marcha con plenas garantías.

 

No, no nos encontramos ante un álbum de grandes hallazgos, pero sí adictivo como para reincidir en él tal que si de un pecado venial se tratara. “I don’t wanna stop loving you”, repite Woodman en la irremediablemente contagiosa Caught up and confused, y a nosotros puede que nos suceda justo eso mismo con el disco. Incluso a nuestro pesar, si se nos permite la confesión.

 

Ahí está el aldabonazo funk que alienta Undone, tema inaugural y fulgor puro. El irresistible estribillo de synth pop en Giving in, que hace 35 años habría sido un exitazo mundial en labios de Madonna. El gancho creciente de Lost in the moment. Ese Minute of my time, con las percusiones más marcadas de toda la colección y una especie de estribillo doble que incrementa la viralidad melódica del quinteto. O, claro, el desmadre definitivo de teclados para Holding the fire. Abi y sus chicos son de Brighton, pero a veces queda la sensación de que Blondie los aceptarían como parientes cercanos. Y eso, claro, está mejor que bien.

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