Basta escuchar Guerra fría, el tema que abre este primer álbum y sirvió meses atrás como tarjeta de presentación, para comprender que no estamos solo ante uno más de esos proyectos de pop mestizo (Macaco, La Pegatina y demás) que tanto proliferan por todo el litoral levantino. Valira es una formación de nuevo cuño pero también, en parte, una escisión de La Raíz, la multitudinaria formación valenciana que en 2018 anunció un “parón indefinido” y a la que no se le ven muchas trazas de regresar, por mucho que en su último concierto congregaran a cerca de 20.000 almas. El principal ideólogo de este recién estrenado proyecto es Juan Zanza, exguitarrista de La Raíz, que fue atesorando una cantidad importante de canciones que no acababan de encajar en las directrices de aquella banda y erigen ahora un discurso propio, un poco más roquero y expeditivo de lo que conocíamos hasta ahora. El grupo presenta una estructura mucho más prudente de quinteto, prescinde de metales y asilvestra los guitarrazos hasta el bullicio y alboroto callejero de temas como Vértigo. Sí que hay algún guiño rapero, un poco en la línea del rockstizaje al que estábamos acostumbrados, pero también aproximaciones al indie de amplio espectro (El animal podría pasar por una colaboración con Izal), baladas de pulso firme y voz desangrada (Vega) y dos sencillos muy notables, el aludido y muy contagioso Guerra fría y el palpitante, nunca mejor dicho, Corazones ambulantes. Puede que las sorpresas se diluyan algo en el último tercio de la entrega, donde ya se repiten algunas fórmulas, pero con Zanza hemos descubierto a un cantante excelente y un líder inesperado. Lo viene demostrando en el circuito de festivales y apetece mucho corroborarlo, en la distancia corta de las salas, a partir del otoño. El 13 de diciembre en la madrileña Sala Caracol, por si alguno quiere ir ya anotando en la agenda.