Los cuatro integrantes de Morgan decidieron someterse durante seis meses, ¡seis!, a un encierro creativo en las afueras de Madrid para intensificar la relación y la convivencia e ir dando forma, sin apriorismos ni líneas rojas, a las mejores canciones posibles de cara a su tercer elepé. Algo bueno había de tener toda esta pesadilla de la pandemia: a falta de conciertos o algún atisbo de normalidad para los quehaceres cotidianos, siempre se podía exprimir el potencial creativo de una banda herida, además, por la dolorosa e indeseada marcha de su bajista original, el excelente Alejandro Ovejero, que decidió consagrarse a tiempo completo al negocio familiar de la apicultura. El encuentro se desarrollaba entre lunes y viernes, por aquello de que el grupo descansara de sí mismo los fines de semana, pero cabe deducir, si las matemáticas no fallan, que Carolina de Juan, David Schulthess, Paco López y Ekain Elorza invirtieron sus buenos 120 o 130 días para engendrar, compartir, pulir y verificar estas 10 nuevas composiciones, porque ni siquiera han querido abrumarnos con un álbum extenso.

¿Tan quintaesenciales son, al fin y a la postre, estos 41 minutos resultantes? No sabemos qué tercer disco de Morgan habría nacido en unas circunstancias más convencionales y en un momento menos traumático para el común de los mortales. Sí podemos anticipar que el resultado de este esfuerzo colosal es, en la mayoría de los casos, espléndido.

The river and the stone es un hijo evidente de la autoexigencia. Tras el entusiasmo que originó la banda desde que conocimos los primeros compases de su debut, North (2016), parecía evidente que Air (2018) hacía las veces de prolongación, engrosaba el repertorio de cara al directo y ofrecía muy pocas novedades y puede que ninguna mejoría. The river… parte de una actitud distinta y arroja un resultado aún mejor que el ofrecido cinco años atrás, cuando Nina de Juan nos dejó inevitablemente ojipláticos desde los primeros conciertos (inolvidable, en particular, el del Teatro Lara madrileño). Se trata de un disco más ambicioso y quizá también más difícil, porque hay que exprimirlo a lo largo de escuchas insistentes para extraerle todo el néctar. E incluye uno de los momentos cumbre en la trayectoria del ahora cuarteto con los siete minutos de Alone, una canción impensable hasta la fecha. Su desarrollo y progresión, el despegue etéreo y parsimonioso o las apabullantes guitarras de la parte final remiten muchísimo más a los Pink Floyd en torno a Wish you were here que a los grandes nombres del country o el americana que acostumbrábamos a invocar como inspiraciones de Morgan.

Alone es, sí, una sorpresa muy favorable en un cancionero que cuenta con un prólogo muy sencillo y engañoso respecto al resto del álbum (Hopeless prayer), un zambombazo soberbio y visceral de soul en vena (River) y una pieza muy temperamental y acaso catártica, Who do you think you are?, con la que De Juan intenta ahuyentar fantasmas. Sí hay continuismo, en cambio, sobre las reticencias de la banda hacia el castellano, al que solo se le hace hueco en uno de los 10 cortes, Un recuerdo y su rey. Se trata de una obstinación seguramente contraproducente, porque esa pieza resulta tan excelente y agradecida como había sido ya Sargento de hierro, pero hay recelos que acaban derrumbándose por su propio peso.

No hay, en definitiva, mucha ocasión para el canturreo en este El río y la piedra, para el que los madrileños también han orillado a José Fortes y preferido a Carles Campón como un productor más sesudo y minucioso. Faltan tiempos rápidos, salvo que queramos incluir como tal a On and on y su estribillo más juguetón. Pero Morgan no ha buscado la complacencia, sino el golpe en la mesa. Y subir un peldaño, cuando ya se ha llegado bien alto, representa un mérito encomiable.