De entre las muchas historias fascinantes que apenas se han contado de manera detallada en el devenir de la música española, la de Neuronium ocupa un lugar destacado. La producción desarrollada por Michel Huygen a lo largo de los últimos ¡45 años! se ha vuelto laberíntica, con casi medio centenar de referencias discográficas que abarcan todo lo imaginable dentro de la música electrónica, el ambient, las bandas sonoras, la new age, el misticismo y las experiencias cósmicas. Es imposible mantener un interés uniforme por una carrera de esas dimensiones, a menudo concebida desde una independencia radical y solitaria y no siempre sencilla de localizar, ni siquiera tras pacientes búsquedas en nuestras benditas tiendas de referencia para el coleccionismo y la segunda mano. Pero asombra recordar que las dos primeras entregas de Neuronium vieron la luz en el ilustrísimo sello EMI Harvest, paraíso de la música progresiva y acomodo editorial para –a ver si nos suena alguno de estos nombres– Pink Floyd, Kevin Ayers, Deep Purple, Barclay James Harvest o Roy Wood, con o sin The Move.

 

Ahí, en esa ilustre escudería, encontró acomodo a finales de los años setenta el espíritu inquietísimo de Huygen, un sintesista belga que había encontrado en Barcelona su base de operaciones y al que, a estas alturas de la película, bien podemos tener ya por artista peninsular a todos los efectos. Neuronium había dado sus primeros y aún tímidos pasos en 1976, aún como quinteto y bajo la influencia psicodélica de Tangerine Dream, pero para cuando decidieron pisar por vez primera unos estudios de grabación ya habían reducido la alineación a trío y se inscribieron sin ambages en la llamada Berlin School y en la música cósmica. De ahí que Quasar 2C361, título merecidamente enrevesado y propio de aquellos conceptos alucinógenos, recibiera en algún momento una definición que parece difícil de superar: música psicotrónica.

 

Fueron los tiempos en que Huygen asentaba la alianza con dos músicos locales de valentía similar, el muy ecléctico Carlos Guirao y el también guitarrista y experto en efectos especiales Albert Giménez. El primero, además de toda la maquinaria propia del género, también aportaba sabios esbozos de flauta y guitarra acústica, e incluso tendríamos oportunidad de escucharle cantar en el lírico tramo final de Abismos de terciopelo, la pieza de 20 minutos exactos que ocupaba la cara A de Vuelo químico, el segundo LP. Pero entre las sorpresas que deparan los créditos hay todavía una mucho mayor: en el tema titular de aquel segundo trabajo, Vuelo químico, de solo 14 minutos, la voz narcótica que se aplica con el recitado corresponde a Nico (Christa Päffgen), la que fuera musa de The Velvet Underground.

 

Contextualicemos. En aquella convulsa segunda mitad de los años setenta se estaba produciendo la aparatosa irrupción del punk, como reacción estética frente al culto refinamiento y el prodigio constructivo del rock progresivo, además de plasmación de un malestar social evidente e imparable. Pero en paralelo asistíamos a un auge desconocido de la música ambiental y electrónica, con la rivalidad entre Vangelis y Jean Michel Jarre acaparando el grueso de las atenciones, pero sin que nadie en su sano juicio pudiese obviar las diabluras que desde Alemania llegaban por cortesía de Kraftwerk y Tangerine Dream, además de alguna que otra sorpresa: ahí, el maravilloso Brian Bennett, en tiempos batería de los cándidos The Shadows y en 1977 embarcado en la carrera espacial gracias a su Voyage.

 

La apuesta de Huygen seguramente era más radical en su visión cósmica, en el empeño por conseguir una inmersión sonora para la levitación y la pérdida de una conciencia, digamos, racional, aunque en ese sentido las guitarras de Albert suponen una hábil toma de tierra. El empeño se explicita en Quasar 2C361 abriendo la segunda cara con un título como Catalepsia, aunque los 26 minutos largos del tema titular siguen siendo, aún hoy, una experiencia muy estimulante para el oyente no exento de valentía.

 

Huygen alcanzaría una rápida trascendencia en el sector, tanta como para grabar a principios de los ochenta un mano a mano con el mismísimo Vangelis, la casi improvisación In London, que en su momento circuló como un disco de edición limitada y que en 2022 se recuperó de manera más convencional y con el minutaje ampliado. Después renunciaría ya a toda compañía y durante las cuatro últimas décadas se ha desenvuelto en primerísima persona. Casi todos los radares convencionales le perdieron de vista, pero sorprende reparar en detalles como que su obra Hydro, ya muy posterior (2001), acredite ventas superiores a los 150.000 ejemplares.

 

La recuperación ahora de aquellos dos primeros elepés, trascendentes entonces y olvidadísimos con el tiempo, es motivo de celebración y agradecimiento al sello alemán (cómo no) MIG, inmerso en aventuras electrónicas de alto riesgo (acaban de reeditar también el complejísimo Early water, un mano a mano laberíntico entre Michael Hoenig y Manuel Göttsching fechado en el Berlín del otoño de 1976: un delirio de Moog y Farfisa). La experiencia de Neuronium no es sencilla, y más para el perezoso oído actual, pero la recompensa consiste en un estado mental de flotación a muchos, muchos metros del suelo.

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