Hemos dispuesto ya de abundantes oportunidades para tragarnos nuestras palabras, chistecitos y maledicencias en torno a One Direction, aquella banda de chicos guapos y pop edulcoradísimo que llenaba estadios por medio mundo (inolvidable, en términos sociológicos, la visita al Vicente Calderón durante el verano de 2014) una década atrás. Nuestros actos de contrición al respecto son ya recurrentes, pero el tiempo no hace sino confirmar lo mucho que nos precipitamos a la hora de enjuiciar a aquellos querubines. El caso de Harry Styles, consagrado como ídolo de estadios y responsable de uno de los álbumes más deslumbrantes de 2022, Harry’s house, es el más paradigmático, pero su colega Niall Horan no le va a la zaga. Ni un poco. El irlandés también anda ya por su tercera rúbrica como solista, y aunque el impacto por ahora sea menos multitudinario no tiene nada que envidiar a nadie. Al contrario. The show es el gran disco de pop pluscuamperfecto de lo que llevamos de 2023.

 

Lo comenzamos a sospechar ya con el adelanto de Heaven, una de esas canciones radiantes, imparables y fabulosas que aciertan con la cuadratura del círculo: el hechizo instantáneo, el estado de gracia melódico, la capacidad para adherirse a la memoria sin incurrir en obviedades. La coautoría de Tobias Jesso Jr., uno de los grandes tapados de la última década (rescaten su Goon, de 2015; no se priven del gustazo), habría tenido mucho que ver. Pero más allá de que contase con todos los galones para abrir el trabajo, y hasta con un evidente guiño en la letra al God only knows de los Beach Boys, ahora comprendemos que muchos de los nueve cortes restantes no le iban a la zaga.

 

A Horan se le dan bien las distintas velocidades, también los medios tiempos (Never grow up), la balada suntuosa que remata en notas agudísimas (The show) y la exquisitez desnuda en torno a las guitarras acústicas (You could start a cult). Pero resulta sencillamente imbatible cuando incrementa la dosis de travesura sonora y juega, en Meltdown o Save my life, a competir con nuestros mejores recuerdos del pomposo pop con sintetizadores que se practicaba en los años ochenta. En el último ejemplo, ni siquiera falta el detalle del solo de saxo tenor en el tramo final del tema.

 

Así las cosas, The show termina siendo una exhibición de pop virguero e impoluto, de canciones breves (el trabajo apenas supera la media hora), certeras, directas y adorables. If you leave me aporta un pellizco encantador de psicodelia, On a night like tonight habría encontrado hueco en A rush of blood to the head con todos los honores y Must be love es uno de esos epílogos ante los que solo puedes dar palmas, en sentido literal y figurado. Quizá Science se exceda con la melaza orquestal, pero a estas alturas ya no nos atrevemos a ponerle peros a Horan. Acabaremos retractándonos.

 

 

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