Andamos ya a la altura del cuarto álbum de este nutrido y bullicioso colectivo de Birmingham (Alabama), y lo mejor que podemos decir sobre ellos es que ninguno de sus trabajos se parece en demasía al anterior. Así de elevadas son las aspiraciones de travesura entre Paul Janeway y sus colaboradores necesarios de fechorías. Exigentes con ellos mismos, sin duda, pero también con quienes nos disponemos a escuchar. Aquí, en esta línea de costa marciana, toca disfrutar, pero también arremangarse para afrontar un oleaje en ocasiones virulento.

 

Cuesta encontrar, ante todo, a ese apóstol del retro soul que habíamos conocido con Half the city (2014), un álbum adictivo –y más aún en su traslación al directo– de cuya sintaxis ahora no queda prácticamente rastro. The alien coast es, en ese sentido, un trabajo más áspero, de esos que rasca en la garganta durante el proceso de deglución. Sucede ya desde el breve tema inicial, 3000 AD Mass, una plegaria que empieza acompañada de órgano y se vuelve enseguida turbia y saturada. Y que enlaza sin pausa con Bermejo and the devil, en la que el falsete de Janeway no es luminoso, sino oscuro, bajo un envoltorio en que casi siempre la pesada línea de bajo prevalece sobre la parte melódica.

 

Con Minotaur seguimos en las mismas: la estrofa nuevamente en falsete parece preludio de una pieza en la tradición funk de todo un Prince, pero el desarrollo se vuelve seco y rugoso, con una configuración de guitarra cruda y batería cortante que parece remitir más a The White Stripes que a los clásicos del sello Stax. Y como el desconcierto se acentúa con el breve pero expeditivo instrumental Atlas, con sus efectos futuristas y robóticos, el alborozo no se manifiesta hasta el sarandunguero e irresistible The last dance, puro caramelo discotequero con sus bajos octavados y esa sensación de que los Broken Bones, al fin, se disponen a reventarnos las caderas.

 

Es curioso que esa parte más accesible del trabajo tarde tanto en llegar, pero Ghost in smoke es la otra gran baza para volver a enamorarse sin remisión de St. Paul y sus cachorros, esta vez en forma de tórrida balada soul con Prince nuevamente sonriendo por el retrovisor. Lo cierto es que la evolución en el sonido de nuestros queridos Huesos Rotos se ha vuelto no ya sensible, sino drástica. Los chicos que parecían operar a la antigua usanza exhiben ahora su perfil más urbano y, a ratos, más inquietante. Y ahí están esos ecos de sirena en Hunter and his hounds, incluso con atisbos de hip hop, para atestiguarlo. No es un trabajo cómodo este The alien coast, más indicado para una digestión lenta.

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