Hay que escuchar con los oídos bien abiertos este Sympathy for life. Una vez más, Parquet Courts refrenda su condición de banda a la que prestar atención, en todos los sentidos; porque la merece, por originalidad y excelencia; y porque su fórmula se aparta tanto de los caminos más convencionales que necesitamos descifrarla con la mente despejada y predispuesta a la sorpresa y el caramelo. El cuarteto de Brooklyn se lanza en tromba al concepto de fiesta, hedonismo y frenesí, pero sin que desmelenarse equivalga en ningún caso a perder el norte. Hay reflexión detrás de toda la fascinación por el ritmo que late (nunca mejor dicho) en estos 11 nuevos originales. Y eso se traduce en un álbum complejo, polimórfico; intrigante por momentos, fascinante siempre.

 

Basta colocar la aguja a la altura de Marathon of anger (aquí impresionan ya hasta los títulos) para comprender que David Byrne y sus Talking Heads siguen ocupando un lugar para la reverencia en el altar de estos muchachos. Pero la psicodelia, los pedales fuzz, las melodías absortas y reiteradas ocupan una parte significativa del discurso, en algún lugar intermedio entre Pink Floyd y los Primal Scream de Screamadelica. Y todo ello con la oscuridad que siempre podremos atribuir a cualquier banda que haya escuchado con fruición a los alemanes Can.

 

El pálpito trepidante de Nueva York protagoniza la excelente apertura, Walking at a downtown pace, antes incluso de que ratifiquemos esa sensación de vértigo echándole un vistazo al vídeo de la canción, una postal muy atractiva de la ciudad de los rascacielos. Hay mucho que bailar en este disco que proclama Simpatía por la vida quizá porque se concibió antes de la pandemia, aunque puede ahora servirnos como bálsamo frente a sus secuelas. El baile puede ser introspectivo, por cierto; en soledad y con las manos en los bolsillos, como quizá sugiera Plant life. Pero también abiertamente funk, en el caso del tema que da título al trabajo. O mucho más expansivo, llegados a la altura de Homo sapien y su guitarreo garajero. Quizá Andrew Savage, cantante poliédrico, sugerente y poco dado a las florituras, tuviera en mente a ese Ray Davies rebelde de You really got me. ¿Cómo no sentir simpatía por los Courts, con tan buenos referentes en el retrovisor?

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